En las últimas décadas se han sucedido informaciones alertando sobre la “epidemia” de diabetes, campañas de prevención centradas en la importancia de un control exhaustivo de los niveles de glucosa y toda una industria sanitaria alrededor de esa cifra. Muchos médicos denuncian hoy que esta visión simplista de la enfermedad está convirtiendo en enfermos a personas sanas y no ayuda a tratar correctamente a las personas verdaderamente enfermas, además de generar enormes dividendos a la industria farmacéutica.
Nos referimos a la diabetes tipo 2, la propia de las personas mayores, ligada a la alimentación o los malos hábitos de vida. No confundir con la diabetes tipo 1, enfermedad autoinmune que se produce en personas jóvenes, en las que la muerte de las células del páncreas hace que necesiten insulina externa. La diabetes tipo 2 “es una enfermedad muy compleja, que por ahora no entendemos, y al centrarnos excesivamente en la glucosa en sangre nos equivocamos”, explica Juan Gérvas, médico general jubilado, doctor en medicina y profesor visitante de la Escuela Nacional de Salud Pública.
Desde los años 90, una serie de cambios han convertido en enfermos a millones de personas. Un grupo de expertos convocados por la Asociación Americana de la Diabetes modificó en 1997 el umbral de azúcar en sangre por encima del cual se consideraba que se padecía diabetes tipo 2. Pasó de 140mg/dl a 125. Automáticamente, sólo en EE UU 1,9 millones de personas pasaron a tener la enfermedad y a ser susceptible de ser medicados. La cifra prácticamente se duplicó en ese país, y en todo el mundo. Algunos investigadores alertaron de las consecuencias. “No hay evidencias de que corregir estas elevaciones leves mejore la salud”, afirmaban los investigadores Steve Woolf y Stephen Rothemich, en el American Family Physician ya en 1998.
Además de este cambio, desde 2003 se fija un segundo baremo para las personas con un nivel de azúcar superior a 100mg/dl, que pasan a ser diagnosticadas como 'prediabéticas'. Se trata de una etiqueta para denominar a personas sanas con cifras de glucosa en sangre ligeramente elevadas, pero no lo suficiente como para ser consideradas diabéticas, y que a largo plazo pueden presentar un riesgo más alto que el resto de la población de desarrollar la enfermedad. Es, por tanto, un indicador y no una enfermedad en sí. A pesar de ello, en 2008 y 2013 nuevas declaraciones de sociedades médicas establecieron que los medicamentos para la diabetes podían ser aplicados para tratar la prediabetes, si los niveles no bajaban por otras vías (alimentación adecuada, ejercicio...). Las ventas de medicamentos se dispararon. “La lógica del tratamiento de prediabetes con medicamentos es básicamente estúpida”, afirmaba James McCormack, farmacéutico y profesor de la Universidad de Columbia Británica. “Tratamos al 100% de las personas con prediabetes con un medicamento para prevenir que menos de un 15% de esas personas desarrollen diabetes, condición para la que pueden necesitar ese medicamento”.“No hay ningún beneficio probado en dar un tratamiento de antidiabéticos a estas personas antes de que desarrollen diabetes, sobre todo porque muchos de ellos nunca van a desarrollar diabetes”, denunciaba John S. Yudkin, en una investigación realizada en 2014 por el University College de Londres y la Clínica Mayo.
Enrique Gavilán, médico de familia y responsable de investigación del Laboratorio de Prácticas Innovadoras en Polimedicación y Salud, polimedlab, alerta sobre esta nueva realidad: “El concepto de prediabetes es similar al de otras pre-enfermedades, como la prehipertensión o la preosteoporosis. Nos hacen ver que son estados que inevitablemente darán paso a enfermedades que son temidas por todos, pero la realidad es que en un porcentaje muy importante esto no es así”. En esta línea insistía John S. Yudkin en que “la prediabetes es una categoría artificial con cero relevancia clínica”. Juan Gérvas ironizaba a este respecto: “Uno termina teniendo prediabetes, prehipertensión y estando premuerto”.
¿Pero quién se encarga de determinar estas cifras? Grupos de expertos, de profesionales, cuyas vinculaciones con la industria farmacéutica han sido puestas en cuestión. Según una reciente investigación periodística publicada por el prestigioso periódico norteamericano Milwokee-Wisconsin Journal Sentinel, “Cada uno de los paneles de expertos que cambiaron las definiciones de enfermedad para aumentar el número de enfermos susceptibles de ser tratados con medicamentos contaban con miembros que recibieron dinero de este tipo de empresas [...] 13 de los 19 miembros del comité de expertos de 2013 recibieron más de 2 millones de dólares de la industria de la diabetes por hacer de conferenciantes o trabajos de consultoría desde 2009, según un análisis de los datos de las propias compañías farmacéuticas”. En dicha investigación se recoge que la industria de la diabetes ha convertido en enfermos al 45% de los adultos norteamericanos (71 millones de personas) generando un volumen de negocio para las farmacéuticas, sólo en EE UU, de 23 mil millones de dólares al año, “más que los ingresos combinados de la Liga Nacional de Fútbol, la Liga Mayor de Béisbol y la Asociación Nacional de Baloncesto”.
“Recuerdo el cambio de definición de diabetes cuando estaba estudiando y todos lo veíamos como un avance, que creíamos que podía mejorar la atención a los pacientes. En ningún caso adivinábamos que detrás de todo esto había intereses comerciales, sociedades científicas al servicio de esos intereses”, se lamenta Abel Novoa, médico de familia y presidente de NoGracias, plataforma por la transparencia, la integridad y la equidad en las políticas de salud, la asistencia sanitaria y la investigación biomédica. Novoa explica que el caso de la diabetes no es único. Los estándares clínicos de varias enfermedades han sido modificados también en las últimas décadas. La hipercolesterolemia, la hipertensión arterial o el sobrepeso han visto descender los niveles que determinan estas enfermedades, y se ha conseguido incrementar el número de personas susceptibles de ser tratadas con medicamentos de una manera abrumadora.
Resultados dudosos
Visto el incremento del gasto, cabe preguntarse si ha sido útil, si la medicación para mantener los índices de glucosa “normales” ha conseguido disminuir la mortalidad de las personas diabéticas. Numerosos estudios han apuntado que no ha sido así. “Desde 2004 a 2013, ninguno de los treinta nuevos medicamentos para la diabetes que han entrado en el mercado han demostrado mejorar los resultados clave, tales como la reducción de ataques cardíacos o cerebrales, ceguera u otras complicaciones de la enfermedad”, recoge la investigación realizada por el Milwaukee Journal Sentinel. De hecho, se ha demostrado que intentar que los diabéticos mantuviesen la mayoría del tiempo una cifra de glucemia cercana a la normalidad incrementaba su mortalidad, según un estudio publicado en el New England Journal of Medicine. Esta investigación, realizada en 2008, detectó una tasa un 22% mayor de muerte por cualquier causa y una tasa un 35% mayor de muerte por causas cardiovasculares en las personas con diabetes tipo 2 cuyo azúcar en sangre había sido puesta bajo control intensivo.
Abel Novoa advierte del daño que produce este control estricto en la población más mayor: “Hipoglucemias, muchas visitas a urgencias, caídas... Pero claro, convencer a las personas mayores de que no pasa nada porque tengan 250 de azúcar es muy complicado, les da mucho miedo. Un miedo que hemos introducido nosotros, los médicos. Y los médicos influidos por sociedades científicas”. De hecho, el sobretratamiento es uno de los factores causantes de un mayor número de muertes en Europa. “Los datos oficiales de la UE son de 197.000 muertos al año por efectos adversos de los medicamentos. 600 muertos diarios, cuando por accidentes de tráfico mueren 75 personas al día en la UE”, explica Gérvas.
Prueba de que estos estrictos controles de glucosa no son efectivos es precisamente el caso del Estado español, donde a los pacientes diabéticos se les dedica un gran esfuerzo diagnóstico y terapéutico, que consigue buenos índices de control de la glucosa y, a pesar de ello, los indicadores de amputaciones y otras enfermedades derivadas son mucho peores a la media europea. “No estamos prestando la atención que merecen y necesitan los pacientes que tienen gravedad, y sin embargo estamos disparando la oferta de tratamientos a pacientes que no lo son. Lo estamos haciendo mal por arriba y por abajo”, denuncia Gérvas.
Y esto por no hablar de los efectos secundarios de los fármacos. “Los medicamentos antidiabéticos tienen, dependiendo del tipo, cada vez más efectos secundarios. Hace poco se retiró un antidiabético, el Avandia, un superventas internacional, que estuvo diez años en el mercado, causando infartos y accidentes cardiovasculares. Ten en cuenta que la diabetes se trata para evitar, entre otras cosas, el que haya infartos e ictus”, explica Novoa. “Los laboratorios lo único que hacen es demostrar que un medicamento disminuye el azúcar para conseguir que sea aprobado. No se les pide que disminuya la mortalidad cardiovascular”, añade. “Un médico con las mejores intenciones y estudioso, preocupado por sus pacientes, si sigue estrictamente las guías de práctica médica es muy probable que provoque más daño que beneficio. Esto es lo más terrible. La medicina está en una situación muy complicada. La ciencia en la cual se basan muchas decisiones está viciada de base, está sesgada. No responde ya a las necesidades de los pacientes, sino a las variables que le interesa a la industria médica para vender más medicamentos”, denuncia Novoa.
En lo que todos los datos coinciden es que, en el caso de la diabetes tipo 2, la clave no parece estar en la glucosa, sino en una variable mucho más compleja: la pobreza. “Se transmite la idea de que la diabetes la tenemos todos, cuando no es así”, afirma Gérvas. “La diabetes se parece más a un problema social, como la drogadicción, que a un problema médico. El enfoque puramente médico, que es el que existe ahora mismo, no va a ningún lado. Se habla de educación para la salud, que es como echarle la culpa al individuo de sus costumbres, cuando lo que determina las costumbres de las personas es dónde han nacido: su contexto social, su nivel socioeconómico. Por eso cada vez preferimos hablar más de condiciones de vida y no de estilos de vida. La nuestra es una sociedad injusta que no le da las mismas oportunidades a todos los ciudadanos y que hace que los más pobres, los que tienen menos cultura, los que no viven en barrios que tengan parques al lado, y esto está medido científicamente, tengan unas condiciones que hacen que sean obesos, coman peor, no hagan ejercicio y finalmente desarrollen diabetes. Se dedican millones de euros a tratar con medicamentos cosas que tienen un origen social y que, con toda seguridad, mucho menos dinero dedicado a intentar mejorar estos condicionamientos sociales tendría muchísimo más impacto en la enfermedad. Ésta es la paradoja”, sentencia Novoa.