Cuando se tiene la certeza de esta enfermedad, la resistencia a aceptarla puede complicar el abordaje médico aconsejado. La importancia de actuar positivamente.
La diabetes es una enfermedad crónica y, como tal, cuando una persona recibe por primera vez su diagnóstico puede sufrir una serie de sentimientos y reacciones que se presenten como verdaderos obstáculos en el tratamiento y/o mejora del cuadro inicial.
A partir de ahora, parecería que “ser diabético” es la nueva forma con la que debería autodenominarse ese individuo. El enojo, aislamiento, estados de ansiedad, negación, minimización, angustia, depresión, dificultad en la adaptación, son algunos de esos estados emocionales y actitudinales que esta patología puede provocar a quien se entera que la padece.
Estas manifestaciones son respuesta a la impotencia que se siente, a la no aceptación e incluso al temor y angustia que se genera en relación al sólo hecho de imaginar que la nueva condición puede acarrear un sufrimiento físico o cierto riesgo de vida.
La persona con diabetes, necesariamente debe implementar en su vida cambios que pueden ser muy significativos. Estos cambios giran alrededor del tipo de alimentación, la actividad física a realizar, ciertos registros de su propio cuerpo que necesitan aprender a reconocer las señales que éste le proporciona, comprender y aceptar en algunos casos que debe acostumbrarse a la medicación, a los controles clínicos con cierta periodicidad, etc. Todo esto implica una nueva organización en su vida respecto a las actividades, horarios, y la vida en general.
También es necesario pensar que, según las características de la personalidad y la historicidad de cada uno, como lo que vaya aconteciendo en relación a la enfermedad, será la incidencia en sus estados emocionales y en cómo irá resolviendo el estado de crisis que le proporciona un diagnóstico de este tipo.
Situaciones especiales
Hay etapas que resultan más significativas o más conflictivas para lograr un proceso de aceptación y adaptación. En la niñez, este aspecto dependerá en gran parte de la aceptación o resistencia del entorno del niño, es decir, de los adultos que lo rodean. La adolescencia es una etapa de crisis donde este aspecto puede ser un detonante de alteraciones en lo emocional y en la conducta. Ante un posible embarazo, la angustia suele agigantarse cuando se sufre diabetes. En los adultos mayores, que relacionen esta enfermedad con el sufrimiento o la finitud cercana, también puede complejizarse el poder estar y sentirse bien.
La persona que padece diabetes puede pasar por distintos estados de humor, hasta que finalmente logre aceptar lo que le sucede. Algunas veces no elige compartir su angustia o su enojo en su entorno más cercano. No quiere hacer sufrir a sus seres queridos. Entonces, no habla de sus preocupaciones, que pueden estar ligadas a ideas como la posibilidad de una ceguera, accidente cerebro vascular, disfunciones sexuales, etc.
Sin embargo, es necesario decir que cuando se diagnostica una enfermedad con estas características, donde la persona luego de un diagnóstico tiene por delante un cambio específico en relación a su control y cuidado, ese cuidado no debe ser menor en el área de las emociones ya que todas ellas jugarán un importante papel sobre esos mismos ejes.
Buscar un apoyo profesional de la salud emocional puede resultar una decisión acertada para entender y aceptar que no se es “un diabético”, sino que se es un ser humano “con diabetes” y que posee en sí mismo muchos recursos y herramientas para ayudarse y auto-comprenderse en estas circunstancias. No es necesario “luchar contra la enfermedad”, es necesario “actuar en favor de ella”.
Encontrase en un estado emocional equilibrado y saludable permitirá acompañar mejor esta enfermedad y lograr una mejor calidad de vida.