Los Lakers incorporan a Adam Morrison, un lector de Marx y admirador del Che y de Larry Bird que práctica el deporte de élite con una diabetes tipo 1

Autor:
José M. Fernández
Fecha de publicación:
9/2/2009

Un heterodoxo en el centro del glamur; un aspirante a sucesor de Larry Bird en los Lakers; un contestatario en el reino de las buenas costumbres; un capricho de Jordan que acaba al lado de Kobe. Desde hace un par de días Adam Morrison (Glendive, Montana, 1984) acompaña a Kobe Bryant y a Pau Gasol en su intento de conquistar el título de la NBA. Larry Brown, el exigente y cascarrabias técnico de los Bobcats de Charlotte, se cansó de esperar por Morrison, con el que además nunca hizo buenas migas. Tras dos temporadas y media en la NBA, el vaquero de Montana espera explotar sus 203 centímetros de alero en el Staples Center de Los Ángeles.
Hijo de un entrenador de baloncesto, Adam Morrison comenzó a destacar en el instituto de Spokane, pero cuando cursaba octavo curso le fue detectada una diabetes tipo 1. Durante un campus de verano en Gonzaga, universidad a la que posteriormente se incorporó, se sintió enfermo y perdió 14 kilos. Allí comenzó la leyenda de un jugador capaz de convivir con su enfermedad y de llevar a su equipo a la final estatal; la perdió, pero él, pese a jugar con hipoglucemia, anotó 37 puntos.

Gran anotador
Con una dieta sana y continuas revisiones, la diabetes nunca ha sido un problema para Morrison. El deporte también le ayuda. Despejó cualquier duda en la Universidad de Gonzaga, en la que permaneció tres años. En su tercera temporada, anotó más de 30 puntos en trece ocasiones (5 por encima de los 40), masacró a Loyola con 37 en los últimos veinte minutos. Pero su brillante rendimiento (28,1 puntos, 5,5 rebotes y 1,8 asistencias por partido) quedó un tanto empañado por la derrota en los cuartos de final de la Liga Universitaria frente a UCLA. Sus lágrimas después de que Gonzaga desperdiciara una ventaja de 17 puntos conmovieron a Michael Jordan, que lo escogió para los Bobcats de Charlotte.
Tuvo un buen estreno en la NBA. En apenas tres meses, promedió 14 puntos por partido. Pero el admirable deportista que dos horas y cuarto antes de cada partido necesita zamparse un filete a la plancha con patata hervida y unos cuantos guisantes y que cada treinta minutos y en los tiempos muertos revisa el nivel de azúcar de su sangre tiene unos gustos políticamente incorrectos.
Contestatario
De sus tiempos universitarios, conserva un inconfundible mostacho producto de una apuesta, un look de los años setenta y unos ideales izquierdistas. El Che Guevara, Karl Marx y Larry Bird son tres de las referencias de un Morrison que en Gonzaga respondió a la petición de su entrenador de que rezaran todos los días con una pintada en su despacho: «La religión es el opio del pueblo».
Demasiado para la pacata sociedad norteamericana. La estrella de Morrison se fue diluyendo hasta que en la pretemporada del 2007-08 sufrió una rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda. Un año en blanco.
De los 29 minutos que jugaba cada noche en su campaña como novato pasó a los 15 en la actual; su promedio anotador descendió de 11,8 puntos a 4,5. Al ávido lector de Marx y émulo de Bird le cuesta sobrevivir en el imperio del músculo. A partir de ahora lo intentará en el reino del glamur, del showtime de los Lakers.