Alzhéimer: ¿Diabetes tipo 3?
Un número creciente de investigaciones asocian la enfermedad de Alzhéimer a la diabetes tipo-2, la obesidad y las enfermedades cardiovasculares, tres patologías con factores de riesgo comunes. En concreto, entre las personas con diabetes la incidencia de alzhéimer se duplica respecto a la población normal. De ahí que se empiece a considerar que esta patología neurodegenerativa pudiera ser una diabetes de tipo-3.
Se ha comprobado que la falta de insulina en el cerebro o su menor eficacia favorece los depósitos de proteína beta-amiloide, implicada en el desarrollo del alzhéimer, en el cerebro de modelos de ratón para esta enfermedad. Y, a la inversa, el depósito de proteína amiloide hace que las neuronas pierdan los receptores de insulina que tienen en su superficie.
Además, el ejercicio físico, capaz de retrasar la aparición de diabetes mejorando la respuesta de las células a la insulina, también tienen un efecto beneficioso para el cerebro. Por un lado, según estudios con roedores, la actividad física aumenta la neurogénesis (el nacimiento de nuevas neuronas). Por otro, según los últimos estudios, el ejercicio físico parece reducir los depósitos amiloides que contribuyen a la muerte neuronal, favoreciendo la formación de enzimas que eliminan la proteína beta-amiloide o que impiden su formación.
Efectos beneficiosos de los omega-3
Son muchas las propiedades atribuidas a los ácidos omega-3. Entre ellas, junto con la vitamina D3, la de ayudar a eliminar las placas amiloides del cerebro y a reducir la muerte neuronal, según un estudio publicado recientemente en el ‘Journal of Alzheimer Disease‘. De hecho, algunos neurólogos complementan ya la medicación de las personas afectadas por esta patología neurodegerativa con un aporte extra de omega-3.
Los bajos niveles de ácidos grasos omega-3 correlacionan con un menor volumen cerebral (que se asocia a pérdida neuronal) y un peor desempeño en los test de agudeza mental incluso en personas que aparentemente no tienen demencia, según otro estudio de la Universidad de California. Para establecer esta correlación, los investigadores analizaron los niveles de omega-3 en los glóbulos rojos -un dato más fiable que preguntar sobre la dieta- en más de 1.500 participantes con una edad media de 67 años. Además midieron su volumen cerebral mediante resonancia magnética, así como la hiperintensidad de la sustancia blanca, que indica daño vascular y se relaciona con la hipertensión, la edad y el rendimiento cognitivo.
Las personas con niveles más bajos de omega-3 tenían un volumen cerebral significativamente menor y las puntuaciones más bajas en test para evaluar distintos tipos de memoria y las funciones ejecutivas (como planificación y toma de decisiones). Las conclusiones del estudio fueron que los ácidos omega-3 contribuyen en la reducción de la patología vascular y el envejecimiento cerebral.
Controlador metabólico
Según el profesor José Ordovás, director del Laboratorio de Nutrición y Genética de la Universidad de Tufts, en Boston (Estados Unidos) y miembro del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), los omega-3 actuarían como una especie de “airbag” que suaviza los errores acumulados en los genes y “borran” en cierta medida los efectos del estrés metabólico. Una acción que llevan a cabo influyendo sobre los genes que funcionan como “controladores generales” de otros que regulan procesos como la absorción y uso de la energía o el metabolismo de los lípidos.
La dieta mediterranea
Una dieta compuesta por alimentos ricos en ácidos grasos omega-3 y con pocas grasas saturadas, carnes y productos lácteos es, por el momento, la mejor forma de preservar la memoria y las habilidades intelectuales, según el más amplio estudio realizado hasta la fecha, denominado Regards (Razones de las diferencias geográficas y raciales en ictus, por sus siglas en inglés). Sin embargo, las personas que tienen diabetes no se benefician de las ventajas para el cerebro de seguir una dieta saludable como al mediterránea.
Los ácidos grasos omega-3, presentes en el pescado, el pollo y el aceite de oliva, tienen efectos protectores para el cerebro, algo que ya se sospechaba y que ahora corrobora esta investigación. Por el contrario, son menos saludables las carnes rojas, que se asocian a la aparición de arteriosclerosis, y las grasas saturadas, que predominan en los productos animales como la carne, los productos lácteos sin desnatar y algunos aceites vegetales, como el de palma y coco, y contribuyen a incrementar los niveles de colesterol. Respecto a los lácteos, algunos expertos estiman que un exceso en su consumo podría estar detrás de la epidemia de obesidad infantil.
El efecto protector de los ácidos grasos “buenos” aportados por la dieta mediterránea, rica en los alimentos que lo contienen, cuando se sigue fielmente está recompensado con un 19% menos de probabilidades de desarrollar problemas de memoria y deterioro cognitivo, según el estudio. Sin embargo, en las personas que ya han desarrollado diabetes, el efecto “cerebrosaludable” del omega-3 se pierde. De ahí la importancia de prevenir esta patología desde la infancia mediante una dieta equilibrada y la práctica de ejercicio.
“Puesto que no hay hasta ahora ningún tratamiento definitivo para las enfermedades que producen demencia, las actividades modificables, como la dieta, que puede retrasar la aparición de síntomas son muy importantes,” señala Georgios Tsivgoulis miembro de la Academia Americana de Neurología. A la luz de los datos del estudio, este experto matiza que la dieta es sólo una de los factores del estilo de vida importantes para el buen funcionamiento mental a medida que envejecemos. Y resalta que el ejercicio, evitar la obesidad, no fumar y controlar la diabetes y la hipertensión también son aspectos muy importantes a cuidar.
Para llegar a estas conclusiones los investigadores recogieron información de los hábitos de alimentación de 17.478 personas de origen afroamericano y caucásico, con una edad media de 64 años dirigida a comprobar si se ajustaban a una dieta mediterránea. Además, a los participantes les hicieron pruebas para valorar su memoria y habilidades cognitivas. El seguimiento de los participantes en el estudio fue de cuatro años por término medio. El 17% por ciento de ellos tenían diabetes y el 7% desarrollaron deterioro de la memoria o cognitivo durante el desarrollo del estudio.