En fechas como hoy, me refiero a las Navidades, me acuerdo de mis padres, pero no de los años felices con ellos, que también, si no de aquellos años en que año si y año también las cosas iban a peor, a mucho peor. El caso es que ahora, con lo que está pasando con la tía de Montse, Tía Julia, me estoy acordando tanto de mis padres … que quiero escribir esto en la memoria de mis padres, de aquellos años nefastos, y de estos momentos por lo que están pasando las primas de Montse, las hijas de Tía Julia.
Tía Julia acababa de salir de una habitación del hospital Gomez Ulla, concretamente tres más allá de la habitación en la que ella está “alojada”. Va feliz con su sombrero que le acaban de regalar, ha ido a visitar a un vecino, ha estado bailando sevillanas cantadas por su vecino que apenas sin voz todavía tenía fuerzas. Entonces se ha abierto la puerta de la habitación de al lado, y una mujer con claros síntomas de cabreo se ha encarao con Tía Julia para decirle que no hay derecho, que esto es un hospital y no un lugar para cantar flamenco. Cuando Tía Julia ha entrado a su habitación nos ha dicho que esa mujer es una amargada, y se ha callao, un poco entristecida. Pero enseguida se ha recuperado, rápidamente les ha echado una bronca a sus hijas, no recuerdo el motivo, cualquiera, lo más seguro porque han venido sin “pintarse los morros”, es difícil callar a Tía Julia. Ni lo que tiene dentro va a poder con ella. Acabará con su vida, y ojalá que sea pronto, pero jamás acabará con su espíritu, con sus sevillanas, con sus morros pintados, con sus ganas de … joé, que jodida que es la vida esta que nos ha tocado vivir. Feliz Navidad, coño.