El 65% de las muertes de diabéticos son causadas por problemas cardiovasculares
La prevención y el tratamiento precoz son las mejores recetas para prevenir esta enfermedad que afecta a 250 millones de personas

Las 69ª Sesiones Científicas de la Asociación Estadounidense de Diabetes (ADA-2009) han concluido con una receta clara para derrotar esa enfermedad: prevención y tratamiento precoz. Mejorar el estilo de vida, sobre todo con una dieta saludable y ejercicio físico que evite el gran factor de riesgo de la obesidad, y actuar pronto y con firmeza con las terapias disponibles para bajar la glucosa plasmática, son las claves para frenar la expansión de esta epidemia global (los actuales 250 millones de afectados serán 380 millones en 2025) y para reducir al mínimo las complicaciones, sobre todo cardiovasculares, que causan más del 65% de las muertes de pacientes.

Si es grave que la enfermedad se extienda cuando se podría prevenir en un 80% de casos, igual de inquietante es que su mal control en hasta un 75% de pacientes favorezca su desarrollo progresivo y sus serias consecuencias para la salud. La diferencia entre una persona diabética bien controlada por su médico y otra que no lo está, puede resumirse en un caso típico con tres datos comparativos: la primera vivirá un 20% más que la segunda, tendrá un 60% menos de complicaciones y costará un 20% menos al sistema sociosanitario. O dicho de otro modo por el experto británico Stephen Gough: la sola reducción de un 1% de la glucosa en sangre disminuye un 21% los fallecimientos, un 31% las complicaciones microvasculares y un 14% las macrovasculares.

Complicaciones costosas
Todos estos datos avalan la estrategia de intervención precoz.
Máxime cuando en países como Estados Unidos, el mayor coste de la diabetes (83%) proviene de sus complicaciones, mientras los fármacos representan el 17%. Para los 13.000 especialistas reunidos en Nueva Orleáns, las pautas de actuación contra la más habitual diabetes de tipo 2 están ya bien establecidas, con una primera línea de cambios en el estilo de vida, complementados con un primer antidiabético oral, metformina, cuando el médico lo considere necesario. En una segunda fase se añadirán nuevas terapias, algunas ya muy validadas como la insulina basal y las sulfonilureas, y otras en pleno desarrollo, como las basadas en las incretinas -hormonas que ayudan a procesar el azúcar en el organismo-, que han dado lugar a los conocidos como inhibidores DPP4 y agonistas receptores de GLP-1.

Hay, pues, cada vez más opciones terapéuticas para elegir, y las más recientes han confirmado en los estudios presentados en ADA-2009 su eficacia combinada contra la diabetes y sus complicaciones. Es el caso de liraglutida, un análogo derivado de GLP-1 que está a punto de ser aprobado en Europa y que, como destacaron el especialista español Eduard Montanya y el británico David Matthews, reduce la glucosa plasmática a la vez que baja dos factores de riesgo como la presión arterial y el peso, mejora la función de las células pancreáticas, y logra un buen perfil de seguridad en cuanto a hipoglucemias. El fármaco ha salido airoso de sendos estudios comparativos con una sulfonilurea, glimepirida, y con un agonista receptor de GLP-1, exenatida.

Práctica clínica
Pero, además de mirar a las terapias que vienen, ADA-2009 ha puesto especial énfasis en aclarar dudas concretas sobre la práctica clínica diaria. Por eso reservó un tema candente para la última jornada, en la que se revisaron dos estudios sobre la 'cuestión cardiovascular' que el año pasado provocaron gran discusión.
El primero, bautizado como ACCORD, señalaba un 20% más de riesgo de muerte en un grupo de terapia intensiva (para bajar la glucosa del 7%), lo que hizo temer que ese enfoque pudiera ser peligroso. Sin embargo, un análisis más a fondo de todos los datos ha dejado claro que reducir la glucosa disminuye el riesgo de fallecimiento, y que este peligro crece conforme sube el nivel del azúcar en sangre; según el estadounidense Matthew Riddle, un 20% más por cada punto por encima del 6% de glucosa.
El segundo ensayo, VADT, ha aportado ahora la clave del contradictorio resultado de ACCORD en 2008: la 'antigüedad' de los pacientes sometidos a terapia intensiva.

Según el estadounidense William Duckworth, iniciar ese tratamiento radical en diabéticos tipo 2 diagnosticados hasta 15 años antes, reducía el riesgo de episodios cardiovasculares y de muerte. Pero hacerlo en los diagnosticados hacía 16-20 años no suponía ese beneficio. Y peor aún en los diabéticos con más de 20 años de enfermedad, que veían más que duplicarse aquellos peligros. En general, y aunque se impone cada vez más la individualización de tratamientos, la terapia intensiva sigue siendo válida en los primeros 15 años tras el diagnóstico, pero no debería iniciarse cuando el paciente lleva más de 20 años con diabetes.