Da gusto estar por aquí. Me he presentado en la categoría correspondiente y hoy mismo he recibido tres respuestas alentadoras. ¡Resulta que no soy el único al que le ha caído una candidiasis derivada del debut diabético! Ni el único tipo I ya talludito (42 años). Esto ayuda, hay personas que saben mucho y el apoyo es bueno, constante y desinteresado. Ya, ya sé que la vida no es un cuento de hadas, pero después de una ristra de malas noticias hay que intentar dibujar una sonrisa en la cara. Seguro que a base de optimismo se puede reducir un poquito la hemo. Vaya usted a saber.
Aquí va mi historia, que no es para dar pena, penita, pena, sino para hacer sonrisas. Empecé hace 6 años y no precisamente con la diabetes...
Pues un buen día, tras un violentísimo cólico (de procedencia desconocida, porque no había zampado mucho la noche anterior) amanecí con la mitad del ojo izquierdo absolutamente roja, y la mitad del ojo derecho haciendo juego con su gemelo. Aquello daba bastante grima. Así que me fui al médico (el de cabecera) y me dijo que el enrojecimiento se debía al esfuerzo por vomitar, que tenía una gastroenteritis y que me echáse suero fisiológico en los ojos. En tres días, me aseguró, todo ok. Pasaron los tres días prometidos y aquello seguía igual. Visité a otro galeno (que es un médico pero en fino) y me encalomó otra racinocita de suero para la cojuntivitis. Éste amplió a una semana el plazo de recuperación. Pasó también y los ojos peor, parecían dos puñaladas en un tomate. Había que tomar una decisión porque aquello pintaba regularcillo, así que visité al oftalmólogo para que me diera el colirio definitivo. Nada más verme entrar por la puerta puso esa cara que muchos ya hemos visto en los médicos de: "la cosa está chunga, caballero". Me tomó la presión intraocular. Lo normal es entre 16 y 18 en cada ojo. En mi caso el ojo derecho se presentaba con 36 y el izquierdo con 39. Me dijo que aún no se explicaba cómo no me habían reventado. Resumiendo: un mes haciéndome todo tipo de pruebas, la presión intraocular que no bajaba, diez colirios distintos diarios, algunos tan dolorosos que casi me inhibían de dolor. Además: inyecciones de corticoides directamente en los ojos, tres ibuprofenos diarios, un potente diurético que me dejó una hermosa piedra de 3 cm en el riñón derecho y algunas "labores" sobre los ojos que no puedo confesar porque aún estamos en horario infantil.
Nada, que los oftalmólogos se lo pasaron en grande conmigo. Artículos, charlas y todo el equipo gozando de un caso extraordinario. Al final me declararon usuario de una de las llamadas "enfermedades raras", como lo del chiste: "usted tiene el síndrome de Offer-Hassman; ¿y eso qué es doctor?; pues aún no lo sabemos, señor Offer-Hassman". El síndrome ocular que padezco tiene un nombre parecido, que es una uveítis anterior hipertensiva bilateral (sí, todas esas cosas) crónica, incurable, y bla, bla, bla, que en un futuro (que intento retrasar al máximo) me dejará con menos vista que Pepe Leches. Al final dieron con un colirio eficaz que mantiene mi presión intraocular estable y me permite ver bien. No me quejo.
Los siguientes ocho meses no los pasé precisamente bien. Se repetían los cólicos furibundos. ¿Tantas gastroenteritis tan seguidas? El médico que sí, empecinado, que ya se sabe que cuando se tienen niños lo pegan todo. Un día de agosto fui al baño y oriné Coca-Cola. Pues vaya, se supone que el pis es amarillo, ¿no? A dos días de irme de vacaciones a un viaje idílico con mi familia, me acerqué por urgencias para que me dijesen que aquello era una cosilla de nada. Me hicieron unos análisis de orina y de sangre básicos. En los de orina la bilirrubina estaba a 5,5 y tenía 1.700 de transaminasas. Todavía la doctora de guardia me dice que no sabe si esos valores de bilirrubina están bien o mal (mal, muy mal, hay que estudiar más, lo normal está entre 0 patatero y 1). Lo de las transaminasas ya lo sabemos todos. Me mandan una eco, lo mira la doctora y me dice que tengo un bulto en la cabeza del páncreas. ¡Y me manda a casa para que otro día me vaya a ver al internista! No me quedé conforme. Fui a otras urgencias y di, esta vez sí, con una doctora que si había estudiado. Diagnóstico: barro biliar, colecistitis (infección del colédoco) y la papila como una coliflor. Así que ingresado por el artículo 33. Luego siete días de pruebas, antibióticos, Primperan y un gran doctor (ahora sin ironía alguna) que me dijo que no salía de allí sin un CPRE y la vesícula en un bote. Pero, señoras y caballeros, era agosto y el cirujano tenía que irse de vacaciones. Así que, en contra de lo que pensaba y argüía el internista, me dieron el alta con las transaminasas en 500 y la bilirrubina en 1,5. Luego los siete peores días de mi vida. Me empecé a poner amarillo (clavadito a Homer Simpson), sufría unos picores infernales, fortísimos dolores abdominales, nada de hambre y frecuentes vómitos. También heces amarillo canario y orina tipo coñac. Me vuelven a ingresar. Esta vez peor, con una infección de caballo. Una semana más. Me hacen el CPRE que acabaría con mis problemas. Y yo tan feliz. Así que lo prometido es deuda: al quirófano, CPRE y la promesa (juramento) de que al día siguiente iba a estar niquelado. Esto era un jueves. Análisis del viernes: transaminasas a 2.500 y bilirrubina a 13. El sábado me levanto con muuuuuucha sed y sin hambre. Con un sabor rarito en la boca. Tenía el desayuno a los pies de la cama, en la habitación del hospital. Mi mujer (santa, lo que ha padecido, llorado y sufrido) me dice que tengo que comer algo. Y la pobre no había terminado de hablar cuando me da por vomitar un espectacular canuto de sangre. Y luego otra vez, y otra. Pierdo el conocimiento. Empiezan a entrar médicos (eso me dijeron después) y se dedican a reanimarme. Yo tan contento porque no me enteraba de nada. La colecistitis acaba siendo colangitis (potencialmente mortal), entro en coma y el tanatorio preparando ya la corona de flores. El motivo: en el CPRE cometieron un error y accidentalmente me cortaron una arteria. Me llené de sangre por dentro como una piñata. Me taponó el colédoco, la papila, duodeno, estómago, hígado y tres días después despertaba con una sonda nasogástrica y 20 transfusiones. Tardé un mes en salir del hospital, tras dos endoscopias para sellarme la arteria, un nuevo CPRE, una anemia galopante y 20 kilos menos de peso. Además: una preocupante pérdida de masa muscular, incapaz de valerme por mí mismo y degustando con un placer infinito cada soplo del aire de octubre. Lo más gracioso es que no puedieron quitarme la vesícula hasta dos meses después. Aquello fue bien. Yo era feliz porque estaba vivo. Así de simple.
El resto es historia conocida y anecdótica. La piedra del riño se hizo pedrusco, tres cólicos nefríticos sufridos con alegría y la diabetes tipo I del momento, de la que tampoco me quejo porque sigo vivo, insisto, y así voy a seguir estando mientras mi rebelde cuerpo me lo permita. Ningún esfuerzo es poco para disfrutar de una mujer como la mía y de dos niños de 9 y 7 años increíblemente guapos, listos y buenos. Sin embargo, la duda ha quedado en mi familia y a mi entender tienen unos argumentos sólidos para pensar lo que piensan. Mis problemas de vesícula desencadenaron una violenta reacción inmune que me machacó los ojos y que, quizá, activó los mecanismos necesarios que me condujeron a la diabetes actual. Algunos sabios de la medicina piensan tímidamente en las infecciones masivas como desencadenantes de la diabetes tipo I (junto con otras causas añadidas). Lo cierto es que yo no sé nada de eso. Me conformo con respirar cada día, ver y hacer un par de sonrisas y meterme una hoja de lechuga en la boca. El resto es historia.
Perdón por el churro. Gracias a l@s que hayan querido leerlo y el apoyo más fuerte, sincero y esforzado para los niños, niñas, hombres y mujeres desconcertados por la diabetes. Cada bocanada de aire, cada beso, cada caricia es un motivo increíble para seguir viviendo. Ánimo.