Os propongo que contemos aquí historias de estas que nos ocurren y que, al menos cuando te ocurren por primera vez, resultan inesperadas, o no.
Empiezo con esta que es verídica, y además es cierta.
Era mi primera boda ... quiero decir que era a la primera boda que iba como diabético, y, como era habitual en mi por esa época en la que no me atrevía a jugar con la rápida y luchaba por que mi vida fuese “normal”.
Lo tenía todo controlado, había retrasado bastante la mezcla, la había aumentado un poquito, controlado las dos únicas cañitas que podía beberme en el aperitivo, el pan que podía comer, ojo a los rebozados, ojo a las salsa, a las patatas ... vamos, ojo a todo, era mi debut social como diabético.
El caso es que no iba mal la cosa, la mesa la compartía con algunos de mis primos y con “alguna” que siempre me ponían al lado para ver si conseguían hacerme una persona decente, es decir, una persona casada.
Y así estaba cuando ocurrió, justo antes de que empezasen a repartir la tarta, yo estaba de espaldas a los camareros, entonces oí una pregunta que sonó bien alto, y que provocó un silencio sepulcral en mi mesa y las de al lado...
¿es en esta mesa donde hay un diabético?
Me vuelvo y me encuentro al colega con un plato enorme y lleno de fruta pelada y troceada, pero que muy llena, vamos que no tenía insulina suficiente en el boli para atacar eso.
Me quedé callado, cabreado, frustrado ... la fruta se la zamparon entre mis primas y la de al lado.
P.D.: Hace muy poco estuvo a punto de ocurrirme lo mismo en una boda, y por casualidades del destino en el mismo sitio. Esta vez no me quedé callado.