La diabetes ha aumentado de una forma asombrosa y alarmante hasta convertirse en una de las enfermedades más extendidas en el mundo. Como explicaba el médico de familia Rodrigo Abad, solo en Asturias hay en torno a 140.000 personas que sufren la enfermedad, y lo más preocupante es que muchas de ellas, en torno a un veinte por ciento, no lo saben. Asimismo, la prevalencia aumenta con la edad, de tal forma que entre los mayores de 60 años es del 20 por ciento.
La diabetes es un trastorno metabólico relacionado con la alteración en la que el organismo asimila y usa la glucosa como energía de nuestras células. Hay tres variedades. La tipo 1, que puede ser multifactorial y de causas genéticas, víricas o por autoanticuerpos, por ello estos pacientes necesitan poner insulina desde el inicio de la enfermedad (generalmente en época de infancia o juventud), ya que su principal característica es que el páncreas no secreta suficiente insulina; la tipo 2, la más extendida, en la que el páncreas sí segrega insulina pero ésta es ineficaz, y la gestacional, que la sufren algunas mujeres embarazadas y que habitualmente desaparece tras el parto, aunque con el tiempo, unos años después, también un elevado porcentaje terminan siendo diabéticas tipo 2.
Aquí hablaremos de la diabetes tipo 2, porque es la más extendida y, también, aquella que mejor se puede evitar adoptando buenos hábitos. Esta diabetes ha crecido de forma alarmante debido al cambio en los hábitos de la población. En primer lugar, a causa del sedentarismo. Cada vez es más numerosa la gente que no hace suficiente ejercicio para mantener su buena salud. En segundo lugar, se debe al sobrepeso o la obesidad. Si estos malos hábitos empiezan en la infancia temprana, la diabetes puede aparecer a edades bien tempranas, incluso hay algún caso descrito desde los ocho o diez años. El sobrepeso está causado habitualmente por una alimentación deficiente a base de comida rápida hipercalórica, con grasas trans, productos precocinados y bebidas azucaradas. Con estos malos hábitos, la diabetes puede aparecer a cualquier edad, y es habitual encontrar casos desde la adolescencia hasta la vejez.
Normalmente, como explica el doctor Abad, «tenemos una carga de azúcar determinada que, gracias a la insulina, mantenemos controlada». Sin embargo, determinadas personas que abusan de la vida sedentaria y entran en sobrepeso, «tienen insulina en su páncreas pero hay lo que se llama resistencia insulínica: el organismo acumula demasiada glucosa en la sangre y en consecuencia no llega a las células; es una insulina eficaz», señala.
Uno de los principales problemas de la diabetes es que inicialmente no da síntomas, no se manifiesta y el paciente no es consciente de los cambios que está sufriendo. Se producen alteraciones a diferentes niveles del organismo pero tardan en hacerse evidentes, y en muchas ocasiones, cuando se manifiestan, puede ser demasiado tarde. Es el caso de la llamada clínica cardinal, en la que el paciente, sin saber hasta entonces que padecía la enfermedad, aparece con tres síntomas que la hacen evidente: la poliuria, o exceso de ganas de orinar; la polidipsia, o el exceso de ganas de beber, y la polifagia, o exceso de gana de comer acompañado de pérdida de peso. Cuando el paciente llega a ese extremo, si no trata la enfermedad, a su debido tiempo, puede sufrir dolencias muy graves como ceguera, insuficiencia renal, angina de pecho o infarto de miocardio, accidente cerebrovascular y amputación de los miembros inferiores.
Cuestión distinta es cuando se diagnostica a tiempo: cuando aparece la prediabetes —un estadio incipiente de la enfermedad en el que los niveles de azúcar en sangre están por encima de lo normal pero aún no se ha consolidado el trastorno metabólico— o cuando la aparición del trastorno es muy reciente. En estos casos, si el paciente está por la labor y cambia sus hábitos alimenticios y evita el sedentarismo, y a ello se le une la administración de medicamentos como la metformina —que ayuda a regular el nivel de azúcar en la sangre— puede tener una muy buena calidad de vida.
El diabético necesita tener un control sobre sus factores de riesgo cardiovascular. Debe vigilar la tensión arterial y el colesterol, y recuperar los buenos hábitos, como la alimentación sana y el ejercicio. Todo ello para mantener los niveles adecuados de azúcar.
La diabetes la controlan los médicos de familia y los endocrinos mediante dos parámetros que piden en un análisis de sangre que debe hacerse en ayunas: la llamada glucemia basal, que es normal entre 70-100 mg/dl, y la hemoglobina glucosilada, que es un parámetro que mide cómo está el azúcar en los últimos 3 o 4 meses (que se considera normal hasta un 5,7 por ciento). Si esta hemoglobina glucosilada está entre el 5,8 y el 6,4 por ciento, hablamos de prediabetes.
¿Cuándo se empieza a diagnosticar a los pacientes de diabetes? Se puede hacer el diagnóstico cuando la glucemia basal en dos análisis, en ayunas, en diferentes días es superior a 126 mg/dl o bien tiene más de 200 mg/dl en un solo día, o una hemoglobina glucosilada superior al 6,5 por ciento.
Para el control adecuado del diabético se debe hacer una analítica cada seis meses (dos analíticas anuales) porque la hemoglobina glucosilada mide el azúcar de los tres o cuatro últimos meses.
Lo que más preocupa a los sanitarios es que muchas personas no saben que tienen diabetes y, en consecuencia, no toman las medidas para frenar su efecto. Es un mal soterrado que puede acarrear problemas graves y afectar a la calidad de vida cuando ya es demasiado tarde. Por eso, es necesario convencer a la población de que tenga buenos hábitos y que se preocupe algo más por su estado de salud.
La diabetes tipo 2 se puede prevenir con el estilo de vida. Los buenos hábitos son fundamentales para evitarla.
En primer lugar, acabar con el sedentarismo. Caminar a buen ritmo es un ejercicio muy recomendable. El ejercicio moderado lo es a cualquier edad, y ayuda a prevenir la aparición de la diabetes. «Hemos abandonado los hábitos saludables. La gente es mucho más sedentaria, no se mueve, y la actividad física está relacionada con la presión arterial, los niveles de azúcar, el peso y la reducción del colesterol malo y la elevación del bueno», explica Abad. De ahí la importancia de recuperar estos hábitos.
En cuanto a la alimentación, el facultativo lamenta que esté cada vez más en desuso la dieta mediterránea. «Al abandonar la dieta mediterránea en España hemos duplicado en los últimos 25 años la cantidad de adultos diabéticos». En su lugar, proliferan las comidas procesadas y las bebidas gasificadas, que suelen llevar grandes cantidades de azúcar. Muchas veces, estas comidas y bebidas se venden en máquinas expendedoras en lugares en los que, en principio, no parece muy recomendable que estén en lugares como colegios y hospitales. En su lugar, hay que comer productos frescos: más frutas y verduras y más pescado que carne. También recomienda que se elija alimentación baja en sal, ya que «todo lo salado condiciona a un incremento de la hipertensión arterial, que es muy perjudicial para los diabéticos».
Todos debemos ser responsables, tratar de cuidarnos para que nuestra calidad de vida no se vea mermada por la diabetes. En la mayoría de los casos, el simple hecho de mejorar los hábitos hace que la enfermedad no aparezca. Solo por evitar sus efectos nocivos, merece la pena el esfuerzo. El problema está en que los malos hábitos no producen dolor ni daños visibles a corto plazo: se van convirtiendo en un enemigo silencioso de la salud que, cuando aflora, puede dar muchos problemas.
Y después está cómo afronta cada persona la enfermedad una vez que se le diagnostica. Abad lo tiene claro: «Los políticos hablan mucho de empoderamiento, y yo creo que el paciente debe ser responsable de su enfermedad, tiene que hacer esfuerzo por tener una correcta alimentación y evitar el sedentarismo, tiene que poner eso de su parte, porque solo con tomar una pastilla no vale».
También es muy importante que los pacientes tengan apoyo en todo su entorno, tanto de las familias como del equipo del área de atención primaria que les corresponde. Este apoyo es imprescindible para integrarlos en un cambio de actitud que ayude a mejorar su salud. Se necesita una educación, un aprendizaje, que todo el mundo aprecie el valor de cuidarse.
Los cuidados empiezan por uno mismo, y todos estamos a tiempo para comenzar a mimar nuestro propio cuerpo.