¿Alguna vez te has preguntado cómo fue el descubrimiento de la insulina para en el tratamiento para la diabetes? El doctor, escritor y divulgador @Nopanaden nos lo explica y no te dejara indiferente:
En Toronto, 1921, el señor Thompson observaba a su hijo de 14 años. Leonard se desvanecía. Su enfermedad era condena de muerte. Alguien llamó a la puerta. – Señor Thompson, buenos días – escuchó – Me llamo Frederick Banting, él es Charles Best. Creemos poder ayudar a Leonard.
Esta es la historia de un hijo enfermo y un padre que aceptó desesperado. Sin saber Leonard que el tiempo conspiraba a su favor. Sin saber su padre que la casualidad a veces sabe de medicina. Sin saber que ocho semanas son más que dos meses para cambiar una vida.
La enfermedad de Leonard era tan antigua como el hombre. Descrita en el siglo II D.C por Areteo de Capadocia como un proceso en el que los enfermos vertían su cuerpo a través de la orina. Consumidos. Vacíos. Diabetes fue el nombre que aplicaron.
En el año 1921 no se disponía de tratamiento. El único abordaje era modificar la dieta hasta una muerte segura tras entrar en coma. Leonard fue diagnosticado en diciembre de 1919. De 1919 a 1921 el trabajo, la persistencia y cierto punto de genialidad hicieron de las suyas.
En 1920, también en Toronto, el reputado profesor John James Rickard Macleod disponía de espacio y medios para investigación. Consciente de sus limitaciones, algo importante, abría la puerta a jóvenes con ideas. Así el señor Banting llegó desde Londres con una propuesta peculiar.
Frederick Banting sentía un gran interés por hallar esa misteriosa sustancia que de algún modo controlaba los niveles de azúcar en el cuerpo. Estaba influido por los trabajos de investigadores hoy reconocidos. Palul Langerhans, Joseph Von Mering y Oscar Minkowsky.
La lectura por parte de Banting de un libro publicado por Moses Barron años antes sobre la relación de los hallazgos de estos autores y la diabetes actuó como gatillo.
Banting primero le explicó cómo en 1869 Langerhans había encontrado unas pequeñas islas en el interior del páncreas. Además describió unos jugos de función desconocida que surgían de ese acúmulo de células. Los islotes de Langerhans se presentaron así en sociedad.
Veinte años más tarde Joseph Von Mering y Oscar Minkowsky descubrieron accidentalmente que tras extirpar el páncreas a perros se producía un cuadro clínico semejante a la diabetes.
Banting, sentía que en la suma de estos hallazgos podía estar la respuesta. No tenía recursos ni laboratorio pero tampoco timidez en pedirle a Macleod que se los diera. Nada más sin vergüenza que un tipo formado con una buena idea.
Macleod debió intuir algo distinto en la oferta de Banting e hizo un trato con él. Le cedió durante ocho semanas un laboratorio de la universidad. También le proporcionó la ayuda de un fisiólogo de su confianza: Charles Best.
Charles Best tenía como principal función ayudar a Banting con la experimentación. Banting era bueno con las ideas pero no tenía muchas experiencia en llevarlas a cabo. Piloto y copiloto para una travesía incierta.
En mayo de 1921 ambos comenzaron a trabajar en un modelo animal en dos fases. En la primera ligaban conductos pancreáticos de vaca. Al obstruir el flujo pensaron que se acumularía la sustancia que buscaban. Después extirpaban el conjunto. Obtuvieron así la “isletina”.
La segunda fase consistió en extraer el páncreas de perros y esperar a que desarrollaran diabetes. Tras esto administraban “isletina”. Y observaron que la clínica mejoraba. Los animales veían descender la glucosa en sangre. Banting y Best habían confirmado su hipótesis.
Banting y Best comenzaron a recopilar datos de respuesta en los perros. Así llegaron a prolongar hasta 70 días la vida de uno de ellos. El perro número 33. Marjorie. Banting y Best comenzaron a preguntarse si su extracto podría ser utilizado en personas a corto plazo.
El 20 de diciembre de 1921 el Dr. Joseph Gilchrist, amigo de Banting, se presta voluntario a tomar el extracto de páncreas. Bebió un trago de la sustancia. Nada pasó y parece que incluso siguieron siendo amigos.
Macleod, ante la respuesta en perros, sabía que su intuición estaba tornando en línea de investigación con nombre propio. Banting y Best habían abierto la puerta, amueblado la casa, alicatado el baño y desarrollado una idea con vistas a un horizonte estupendo. Sin duda.
Macleod amplió el equipo e incorporó a James Collip, un bioquímico que les ayudaría a purificar la insulina. El extracto que obtenían en ese momento se acompañaba de cierto “barro”, no era puro. Sabían que había oro, ahora les tocaba buscarlo en la mina.
El 30 de diciembre de 1921 Banting, Best, Collip y Macleod acuden a la reunión anual de la sociedad Americana de Fisiología. Presentan su primer trabajo en relación a los hallazgos: “The beneficial influences of certain pancreatic extracts on pancreatic diabetes”.
Días antes de esta presentación, el joven Leonard Thompson ingresaba en el hospital. Su enfermedad realizaba planes para el fin de la partida.
Coincidían en el mismo sitio y en el mismo tiempo:
•Cuatro investigadores.
•Una idea con resultados.
•Un paciente con una enfermedad terminal.
Como ya dijimos, la casualidad a veces sabe de medicina.
Así en enero de 1922, mientras el señor Thompson observaba a su hijo en el final de su vida alguien llamó a su puerta. – Señor Thompson, buenos días. Me llamo Frederick Banting, él es Charles Best, creemos poder ayudar a Leonard.
Leonard se encontraba postrado en la cama. Delgado. Deshidratado. Apenas podía abrir los ojos o decir alguna que otra palabra. Su cuerpo se borraba, lentamente, sin nada que hacer salvo mirar como se iba.
Explicaron que disponían de un extracto de páncreas que en perros había funcionado en situaciones semejantes. El padre aceptó. El 11 de enero de 1922 infundieron 15 mililitros de isletina a su hijo. Leonard solo presentó una reacción inflamatoria local. Apenas nada más.
En esos días Collip estaba poniendo a punto su versión purificada del extracto. Visto el pequeño efecto y la reacción en la piel Banting y Best decidieron esperar. Leonard seguía empeorando. El 19 de enero Collip tuvo lo que buscaba. El 23 de enero esa búsqueda fue administrada.
Leonard abrió los ojos. La glucemia descendió. Mejoró. La “isletina” hizo su trabajo. Repitieron diariamente la administración hasta ajustar las dosis. En los pasillos del hospital aquel logro se hizo primero rumor. Después se hizo inevitable comentario.
Banting, Best y Collip recopilaron los datos clínicos. No intuían aún la magnitud de su logro pero debían publicar lo visto. Habían descrito la utilidad y efectos de la insulina. Aunque todavía ellos no lo sabían.
Leonard continuó mejorando hasta hacerle trampas a la diabetes. En el hospital seis pacientes se beneficiaron de estos resultados. Macleod, Banting, Best y Collip habían cambiado el paradigma terapéutico de esta enfermedad.
Leonard abandonó el hospital en febrero de 1922 y pudo vivir hasta el 20 de abril de 1935. Falleció por una neumonía relacionada con la diabetes. Su padre le acompañó durante alguno de esos años. Quizá felicitándose por haber conocido a Banting y Best y haberles escuchado.
Macleod y Banting ganaron el Premio Nobel de medicina en 1923. Best se enfadó por la ausencia de Banting y compartió su premio económico con él. Al ver esto Macleod lo hizo con Collip. Digamos que Macleod y Banting terminaron regular.
En 1972 la Fundación Nobel reconoció que no haber dado el premio también a Best fue un error. Pelín tarde la verdad.
Después de la controversia con el Nobel, Collip se marchó a Edmonton. Allí siguió trabajando en endocrinología. Realizó importantes descubrimientos en relación a otra hormona: la hormona paratiroidea.
Banting tiene un cráter lunar y asteroide con su nombre a modo de homenaje. Cuando miréis al cielo por la noche ahí tenéis su recuerdo haciendo órbita. Banting nació el 14 de noviembre de 1891 en Canadá. De ahí proviene la fecha elegida para el DMD (Día Mundial de la Diabetes).