A estas edades, las complicaciones de la diabetes tipo 1 pueden comprometer habilidades mentales como el cálculo y la memoria. Estas son las implicaciones de la cetoacidosis: el peligro al que se enfrentan los adolescentes diabéticos

El mal control de la diabetes durante la adolescencia puede provocar complicaciones futuras graves. Por ello es importante no desistir en los esfuerzos para conseguir un buen control a pesar de las dificultades.

La adolescencia es, por definición, una etapa complicada, ya que se trata de una época de transición entre la niñez y la edad adulta. Además de los cambios biológicos de la pubertad, aparecen nuevos condicionantes derivados de la redefinición de relaciones con la familia y los amigos y el inicio de la sexualidad que van conformando la personalidad adulta de la persona.

A veces no es fácil reconocer las señales de advertencia de que la diabetes puede estar presente:

- Sed excesiva.
- Necesidad frecuente de orinar.
- Falta de energía.
- Visión borrosa.
- Heridas que no sanan o lo hacen lentamente.
- Entumecimiento de pies y/o manos.

Una vez identificado el problema y diagnosticado es importante ir adaptándose a la enfermedad y el tratamiento conforme a la edad.

“Aunque muchos adolescentes con diabetes tipo 1 consiguen un control glucémico dentro de los objetivos, otros experimentan un deterioro del mismo asociado a cambios endocrinológicos que comportan una resistencia a la insulina, patrones erráticos de comida, ejercicio o sueño, dificultad para seguir las pautas de tratamiento, trastornos de la conducta alimentaria y aparición de conductas de riesgo, explica el doctor Roque Cardona, jefe de la Unidad de Diabetes Infanto-juvenil del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. Para el adolescente, únicamente existe el presente y es por ello que no es capaz de percibir amenazas futuras reales derivadas de un control fuera de los objetivos recomendados”.

La bomba de insulina es un pequeño dispositivo del tamaño de un teléfono móvil que administra insulina de forma continuada las 24 horas del día. A esto se le conoce como “perfusión o tasa basal”. La cantidad de insulina que se va a infundir está programada previamente por el equipo diabetológico, el paciente y/o su familia basándose en los controles de glucemia. (Foto: Getty)

El déficit de insulina

La consecuencia más inmediata de la interrupción del tratamiento en pacientes adolescentes es el riesgo de cetoacidosis diabética (CAD) o DKA, por su siglas en inglés. Asimismo, el deterioro del control glucémico ha sido relacionado en diversos estudios con una afectación de la calidad de vida.

Algunos síntomas de este trastorno endocrino-metabólico son náuseas, vómitos, dolor abdominal, respiración rápida y, en casos graves, pérdida de conciencia.

Además, según subraya el Dr. Cardona “la presencia repetida de episodios de cetoacidosis puede condicionar afectación de algunas habilidades mentales incluyendo el cálculo y la memoria”.

¿Cómo evitarlo?

Para prevenir la falta de adherencia al tratamiento de los adolescentes con diabetes tipo 1, el especialista señala que “es importante entender que el adolescente tiene características únicas y distintivas, y es necesario aprender a escucharle y entender los mensajes que, a su manera, quiere comunicar”.

Igualmente, considera fundamental realizar mediciones y valoraciones sistemáticas mediante escalas validadas de las probabilidades de desarrollar determinados problemas psicológicos y conductas de riesgo. “Si se detectan riesgos objetivables, es importante la intervención de un psicólogo o un psiquiatra, profesionales que deberían estar integrados en los equipos de diabetes que atienden a adolescentes”, recalca.

Algunos de estos riesgos son problemas de salud mental, como depresión, trastorno de la conducta alimentaria o consumo de tóxicos, frecuentes en esta época de la vida y que, en algunos casos, comportan necesidad de tratamiento psiquiátrico. Además, el especialista indica que el riesgo de cetoacidosis e hipoglucemia grave también se incrementa en adolescentes con diabetes y estilos de vida irregulares, conductas de riesgo u omisión de insulina.

Por último, los cambios biológicos de la pubertad y los hábitos de vida condicionan un riesgo incrementado de complicaciones microvasculares, como retinopatía, nefropatía o pie diabético, y macrovasculares (enfermedades cardiovasculares).

Hay que estar más pendiente de...

Las modificaciones de conducta y los cambios intrínsecos a esta edad pueden empeorar las cosas. Por eso conviene estar prevenido ante el estrés de los exámenes, que hace que se liberen una serie de hormonas que suben el azúcar; así como ante las primeras salidas nocturnas, ya que pueden alterar la rutina de la diabetes sobre todo en lo que se refiere a horarios, o ante la tentación de empezar a fumar o a tomar alcohol.

Si hay un adolescente diabético en la familia, esta debe implicarse creando redes de información para compartir el tratamiento del paciente, saber qué hay que hacer cuando el azúcar está alta o baja, e intercambiar ideas y sentimientos.

Qué pasa cuando crecen

Respecto al paso del paciente adolescente desde la asistencia sanitaria pediátrica a la atención de adultos, el Dr. Cardona recomienda un programa de transición estructurado, con un equipo multidisciplinar reconocido y con experiencia.

“La transición debe ser un proceso gradual que se adapte a las características madurativas de cada persona.

Aunque no existe una recomendación unificada sobre la edad ideal, las nuevas guías clínicas de la Sociedad Internacional de Diabetes Pediátrica y del Adolescente (ISPAD) recomiendan la transferencia entre los 18-21 años, siempre individualizada para cada persona”, explica.

Claves para un seguimiento adecuado

Tener un contacto periódico, con la frecuencia que cada uno necesite, e integrando, si fuera necesario, consultas presenciales con contactos telemáticos.

Que haya confianza mutua entre el adolescente y su médico, y fijar metas y objetivos que sean alcanzables.

Proporcionarle una educación estructurada dirigida específicamente a la adolescencia.

Que la familia se involucre en el manejo de la diabetes teniendo en cuenta la madurez de cada persona.

¿Cuál es el mejor avance hasta el momento?

La endocrinóloga Ana Mª Wägner, del complejo hospitalario Universitario Insular Materno-Infantil de Gran Canaria y profesora titular de Ciencias de la Salud de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria recuerda que la diabetes tipo 1 es una enfermedad crónica cuya prevención y cura es motivo de investigación desde hace décadas.

“Se han ensayado intervenciones nutricionales (alimentación sin gluten o lactancia artificial sin proteínas de leche de vaca, por ejemplo) en bebés y niños con riesgo de desarrollarla que no han demostrado tener efecto.

Otro abordaje, utilizado tanto en personas con riesgo de desarrollar diabetes como en aquellas que han sido recientemente diagnosticadas, consiste en la utilización de inmunosupresores que podrían frenar la destrucción de las células productoras de insulina, pero los resultados son modestos y, de momento, poco relevantes desde el punto de vista clínico.

Tampoco han mostrado eficacia las intervenciones encaminadas a desarrollar tolerancia a las células productoras de insulina (vacunas) para evitar su destrucción”, explica a Dra. Wägner.

¿Cuál es el mejor avance hasta el momento?

Según los especialistas de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, lo que tendrá más impacto a corto plazo para las personas con diabetes tipo 1 es el uso de la tecnología para automatizar la administración de insulina.

Esta tecnología consiste en la combinación de un sensor de medición continua de glucosa, una bomba de infusión subcutánea continua de insulina y un algoritmo de predicción y decisión, alojado en un soporte externo, generalmente un teléfono móvil.

No obstante, la experta pide cautela a la hora de vaticinar una cura para la diabetes tipo 1: “Hay que tener mucho cuidado con utilizar esta expresión, ya que genera expectativas que no estaremos en condiciones de cumplir en mucho tiempo. En mi opinión, se abusa de este término a la hora de darle visibilidad a avances que pueden ser relevantes, pero que la mayor parte de las veces están muy lejos de ser aplicables desde el punto de vista clínico”.