Charles Best, uno de los damnificados del premio Nobel y actor principal en el proceso, cuenta su versión: "Tenía 22 años y me preparaba para obtener la licenciatura en fisiología y bioquímica...
En 1889, Oscar Minowsky, en Alemania, había extirpado el páncreas de un perro para ver si podía vivir sin él…
Comenzamos a operar perros para ligarles los conductos pancreáticos.
El 27 de julio obtuvimos el páncreas atrófico que deseábamos. Lo fragmentamos en un mortero y congelamos la mezcla...
Un perro diabético esperaba a las puertas de la muerte, tan débil que no podía levantar la cabeza. Fred le inyectó en una vena 5 ml del filtrado. El perro parecía haber mejorado. De una pata extraje unas gotas de sangre para determinar la concentración de glucosa, Banting no se apartaba. La concentración de glucosa en sangre descendía paulatinamente.
Este fue el momento de mayor emoción en la vida de Banting y en la mía".
La insulina resultante fue exitosa en los perros. En diciembre, McLeod dedica todo su departamento de investigación al proyecto de la insulina y reclutó al bioquímico, Bertram Collip para purificarla. "Había que inyectar a los perros, sacarles sangre para analizarla y recoger orinas, toda a intervalos de una hora durante las 24 horas del día... Nuestra preferida era Marjorie, el perro número 13, hembra negra y blanca con ciertos rasgos de pastor, que había aprendido a saltar sobre un banco, levantar una pata para que se le extrajera la muestra de sangre y mantenerse quieta mientras recibía la inyección de la que dependía su vida. Durante 70 días vivió bien el pobre animal, pero después se agotó el extracto...
Necesitábamos casi toda la isletina que podíamos extraer de un páncreas degenerado para mantener un perro vivo un día. ¿Sería rico en isletina el páncreas de los terneros no nacidos? Nos dirigimos a un matadero… Ya podíamos mantener con vida a los perros diabéticos por el tiempo que deseáramos.
¿Tendría eficacia la insulina en los seres humanos?... Al otro lado de la calle, en el Hospital General del Toronto, se hallaba internado un muchacho de 14 años, Leonard Thompson. En dos años de diabetes había perdido 30 k y apenas tenía fuerzas para levantar la cabeza de la almohada. Los médicos sólo podían esperar que viviera, a lo sumo, unas cuantas semanas. Habíamos comprobado que un cóctel de insulina administrado por la boca no tenía efecto. Banting y yo no tuvimos más remedio que subir las mangas de la camisa; yo le inyecté a él nuestro extracto y él me inyectó a mí. Al día siguiente teníamos los brazos ligeramente doloridos, pero nada más.
El 22 de enero inyectamos insulina en el pequeño y delgadísimo brazo del muchacho casi moribundo. Comenzaban otra vez las pruebas y se repitió la historia de nuestros perros. La concentración de azúcar en sangre descendió de manera impresionante. Leonard principió a comer normalmente, sus mejillas hundidas se llenaron de nuevo y la vida volvió a sus consumidos músculos.
La mejoría clínica fue inmediata. La glucemia se redujo de 520 a 120. La glucosuria se minimizó de 71 a 9 gr en 24 h y desapareció la cetonuria. Leonard Thompson experimentó un bienestar indudable, recuperando su movilidad y actividad.
Leonard iba a vivir. Fue el primero de decenas, y después de cientos, miles y millones que se han beneficiado con la insulina.
Se trataba del primer paciente tratado con éxito con insulina. En el mes de febrero, 6 pacientes siguieron el mismo protocolo que Leonard Thompson, todos con resultados satisfactorios.