Ayer hizo cuatro meses que Día llegó a mi vida. El parto fue totalmente inesperado, con mucha sed, mucha hambre y mucha visión borrosa, pero ahí estaba ella. La doctora se acercó y me dijo: “Tengo que darte la noticia, tienes diabetes de tipo 1”. Estaba tan asombrada que no sabía si reír o llorar, pero cuando la vi, tan hermosa, tan oronda, con su 10.7 de peso… Era una diabetes en toda regla y, para colmo de alegrías, todo el mundo me decía que no me preocupara, que iba a tener una vida muy normal, en la que haría de todo y sería muy feliz. ¡Qué más podía esperar, cuánta emoción!
Enseguida decidí llamarla Día. Vi que venía con un muñequito que llevaba una camiseta con una gran C. Me extrañó que le faltarán las piernas, pero Día me dijo: “Se llama Peptidín y me gusta mordisquearlo”. Si a los bebés se les da un chupete, será que a las diabetes se les da un peptidín —razoné para mí.
Lo primero que hice fue matricularla en un centro. Como buena primeriza, quería la mejor educación que le pudiera dar y durante un tiempo la estuve llevando a un centro público y a otro privado. Con el tiempo, me di cuenta de que en el público aprendía todo lo necesario y, además, me daban el material didáctico gratis o casi.
En la guardería se hizo dos grandes amigos: Gluco y Gluca. Eran dos vampiros muy distintos. Gluco se mostraba sensato, meditaba las respuestas cinco segundos, aunque era un tanto exhibicionista. ¡Siempre se empeñaba en enseñarme su lanceta! Gluca era silencioso y un tanto estrafalario. Tan pronto como llegó a casa, se metió en la nevera, en su ataúd naranja. Yo lo abría de vez en cuando para ver qué tal estaba, pero nunca decía nada.
Al poco tiempo, Día vino con las gemelas Insuta e Insuda. Las dos me saludaron al unísono con un “Hola, jefa”. Insuta se toma su tiempo para hacer las cosas; Insuda es un torbellino, siempre riéndose y sacándome la lengua. A veces llamo a Insuta y la primera en presentarse es Insuda. “Pero ¿qué haces aquí? Que he llamado a tu hermana”. Ella se muere de risa, estirando sus bracitos para que la coja; luego se va corriendo y se mete en la nevera junto a Gluca. No sé si será porque comparten el color naranja, pero creo que se llevan bien. Es más, una vez los escuché hablar:
Casi, casi… Un poquito más y me coge —decía Insuda muy animada.
Va a tserr diverrtidítsimo cuando tse detscuide. Ahí me verráts tsalir y comprrobaráts que no tsoy un cagón —contestó Gluca.
Me sorprendió que Gluca tuviera ese acento, una mezcla de Rafaela Carrá tuneada con Putin.
Lo que más me extrañaba es que todos estos amigos de Día no se fueran. ¿Esta gente no tendrá casa? —pensaba yo a menudo, aunque poco a poco me fui acostumbrando a su presencia.
Día nació directamente con la edad del pavo. Muchas veces no conseguía entenderla y por más que le decía, ella me miraba con desdén. A veces se despertaba al alba, otras veces la veía jugar con el Tamasomogyi y no me hacía ni caso. Lo comenté en el centro.
Su Día es de ciencias y necesita cálculo. Cuanto antes le enseñe la regla de tres, mejor se portará —apuntó la educadora.
Me dieron un dedal, al que llamaban vaso medidor, y me explicaron que eso la mantendría distraída, jugando a las cocinitas.
Desde el primer momento, Día fue muy de marcas. Siempre me gritaba: “Quiero un CH, quieeeero un CH”. Y yo por todas partes buscando algún Carolina Herrera que le quedara bien… Claro está, le encantaban los modelos de temporada, los de consumo rápido, pero poco a poco le fui haciendo entender que los clásicos, esos en los que parece que el tiempo avanza lentamente, le quedaban mucho mejor. Tuvo también una época en que le encantaba ir al hiper, aunque luego volvía con hipo. Ahora siempre vamos juntas y nunca le suelto la mano, que hay mucho golfo por ahí disfrazado de light.
Aún recuerdo la ocasión en que Día me enfadó de verdad. Andaba correteando por la casa, no paraba de hablar con Gluco, de trastear con las gemelas. Había tal desorden que les dije: “Como sigáis así, va a venir el hombre del páncreas artificial y os va a llevar a todos en el saco”. Se hizo un momento de silencio, se miraron entre sí y, tras la enorme carcajada que soltaron, empezaron a gritar:
Me pido páaaaaaaaaaancreas artificial —dijo Día.
Pues nosotras nos pedimos parche expendedoooooooor de insuliiiiiiiiina —gritaban las gemelas.
Gluco, listo como es él, dijo: “Yo, rata de laboratorio. Quien me tenga en su equipo, gana”.
Y salieron todos pitando jugando al pilla pilla.
Entendí que no podía educarla con amenazas y que tenía que buscar otra técnica. Y fue así como decidí comprar un perro guardián extraterrestre: Dex, de la Galaxia 4. En cuanto puso un pie en casa, no me dejó ni a sol ni a sombra. La verdad es que para ser un perro es bastante lapa. Le pregunté cómo se llamaban los oriundos de su planeta y me contestó silábicamente y con sonido metálico: “So-mos-in-ters-ti-cia-les”. Mi cancerbero interestelar me contó, además, que cada siete días se regeneraba, pero que desde que había llegado a la Tierra, el proceso podía alargarse. Su cara interrogativa me lo haría saber, lo que dijo encogiéndose tres veces de hombros.
A Dex le gusta mucho jugar al fútbol con Gluco. No cabe duda de que si llegan a penaltis, Gluco gana por goleada, de ahí que Dex siempre lo llame “capi”.
Cuando salgo a pasear, todos vienen conmigo. A Día le encantan los escaparates de las pastelerías y siempre quiere que le compre algo. Yo le digo: “Día, ¿has visto lo esbelta que estás ahora con tu 6.5 de peso? ¿No ves que pareces otra?”. Pone morritos y arquea las cejas, pero como es coqueta, suelo convencerla. Insuda, en cuanto me oye hablar con Día, saca la cabeza de ese saco de dormir en el que le gusta tanto estar, y agita los bracitos, pero se queda con las ganas de que la coja.
Día siempre me ha llamado jefecilla y noto en ella algo de sorna cuando lo pronuncia. Ha empezado a portarse mejor, pero tengo que ser estricta con ella porque en cuanto detecta que no le presto la suficiente atención me monta una rabieta. Ella lo llama: “Pues te hago una montaña rusa”. Y es cuando yo me río de los Six Flags de EE. UU. ¡Lo que les queda por aprender!
A Peptidín solo le queda ya una oreja. Nunca llegué a verlo entero, pero me parecía que le hacía compañía, aunque Día siempre andaba destripándolo. De hecho, una vez se lo recriminé y ella me contestó: “Jefecilla, se interpone entre nosotras y te quiero solo para mí”. Sí que es posesiva mi Día, sí… Curiosamente, no le importaría compartirme con un bombero, pero ya le he dicho que es muy joven para pensar en novios. Además, sé que si entra en casa, es otro que no se va. Ya habrá tiempo para amoríos…
Cuando veo que están todos tranquilos, aprovecho para enseñarles palabras y expresiones nuevas.
Antípodas, irse a por tabaco y no volver, darse el piro, largarse, abrirse —les digo con calma.
Ellos me miran con los ojos muy abiertos, pero enseguida se ponen a bostezar.
En uno de esos intentos míos por enseñarles términos que no les interesan lo más mínimo, oí que daban golpecitos en la nevera. Me llamaba Gluca.
Tsiglos y tsiglos de frrío polarr me han entseñado que lo mejorr ets cogerr al torro porr lots cuernots —dijo con su acento de mafioso italorruso.
Cuando iba a preguntarle a qué se refería, ya había cerrado el ataúd y solo conseguí arrancarle un “¡Tsierra la puerrta, rrápido!”.
Ayer Día estaba con sus cálculos, a la vez que jugueteaba con el dedal medidor, y cuando terminó se me ocurrió decirle: “Todo eso está muy bien, pero no te olvides de contar las UGP. Luego lo repasamos juntas”. Fue la primera vez que Día me contestó: “Sí, jefa”. Y vi que lo decía con auténtico respeto, aunque juraría que oí a Insuda susurrar: “No le queda ni na a la jefa. Ya me usará para corregir a Día, ya”.
Y aquí seguimos todos en amor y compañía, como en una luna de miel. Mi vida es “muy normal, hago de todo y soy muy feliz”, aunque como buena jefa que quiere lo mejor para su diabetes, no pierdo la esperanza de que Día se independice y conozca mundo… Y ayer que cumplió cuatro meses lo celebramos: cayó un suflé de limón de esos que hacen historia. Insuda estaba que no cabía en sí de alegría.