Faltaba un mes y medio para el momento que Israel “Cachito” Pérez había buscado durante toda su carrera como boxeador. En los entrenamientos, mientras corría por San Vicente –la ciudad en la que creció y todavía vive- lloraba. No podía evitarlo: acababan de diagnosticarle una diabetes tipo 1, y los médicos le aseguraron que sería insulino dependiente.

Medicado y golpeado anímicamente, pudo de todas maneras hacer un papel más que digno en Japón, el 31 de diciembre de 2014, ante el local Takashi Uchiyama, por el campeonato mundial de la categoría súper pluma. Cayó por nocaut técnico en el décimo round. Y desde entonces las cosas se pusieron cuesta arriba.

Su representante, Sampson Lewkowicz (el mismo de Sergio “Maravilla” Martínez), lo abandonó. “Perdió la confianza en mí por la diabetes”, cree Pérez. Y las lesiones y los calambres empezaron a aparecer cada vez con mayor frecuencia.

No pudo volver a pelear en estos últimos tres años, pero no pierde las esperanzas y no se da por retirado. “Quiero ir a entrenar a Estados Unidos y hacer un par de peleas, a ver si se me da la posibilidad de competir por el título mundial. Pero se complica porque los promotores son todos unos ratas que no quieren poner plata”, explica.

Entrena todos los días y vive de las clases que le da a su grupo de alumnos en el Club de Pesca de San Vicente. Ganó 30 mil dólares en la pelea en Japón que invirtió mayormente en el Ford Fiesta nuevo que maneja. “Pensé que iba a volver a tener una pelea importante así, y que con eso me iba a poder comprar una casa”, se lamenta.

Ser insulino-dependiente le demanda un gran esfuerzo, pero cumple a rajatabla. Se hace pequeñas extracciones de sangre para medir sus niveles de azúcar y se inyecta insulina en las piernas varias veces al día. No tiene obra social, pero lo ayudan algunos amigos: una diabetóloga de la Fundación Favaloro le consigue medicamentos y un veterinario le da las vendas que usa en sus manos cuando entrena.

Tiene 39 años y mucha gente de su entorno le pide que dé a un paso al costado del boxeo. “Mi viejo me lo dice desde que soy amateur y mucha otra gente también me pide que me deje de joder. Pero es lo que a mí me gusta, la adrenalina del ring no te la da nada en la vida. Y dar clases no es lo mismo, a mí me aburre”, se sincera.

“No quiero que la diabetes me retire. Quiero ser yo el que diga basta cuando ya no tenga ganas, pero la voy a seguir peleando mientras tanto”, promete. La enfermedad, infrecuente en deportistas de elite, le pone trabas importantes, fundamentalmente con la alimentación. Debe consumir pocos hidratos de carbono, y no puede recurrir a la táctica de la mayoría de los boxeadores de adelgazar para el pesaje y engordar para las peleas. “Me tengo que cuidar mucho”, reconoce.

“Cachito” vive junto a su pareja en el barrio de la laguna. Tiene una hija de 18 años, que lo apoya en su intención de volver a pelear, y uno de 16, para el que no quiere el mismo futuro: “No me gustaría que se dedicara al boxeo porque sé todo lo que se sufre”. También una de tres años, que se encarga de llevar y traer al jardín.

Tuvo una carrera con logros importantes, en especial en sus comienzos, pero no pudo hacer “una diferencia económica”. Fue campeón juvenil en 1998, representante olímpico en Sidney 2000 (quedó muy cerca de la medalla de bronce), titular Fedelatin AMB y latino de la división superpluma del CMB. Su récord como profesional cuenta 27 victorias, tres derrotas y un empate. No llegó a conseguir un campeonato mundial, pero no pierde las esperanzas de hacerlo en la categoría livianos. “Siempre se puede dar una hazaña”, se ilusiona.