Un estudio publicado en la revista “Plos One” reveló la relación entre contaminación auditiva y diabetes en ratones. ¿Qué significa para nosotros?
El ruido de las ciudades enferma. Esta es una realidad que desde los años sesenta está en el radar de científicos y autoridades ambientales y cada tanto recopilan nueva información para poder combatir el fenómeno.
En un estudio de más de 10 años realizado en Dinamarca, por ejemplo, se determinó que por cada 10 decibeles (dB) más de ruido causado por el tráfico, el riesgo de diabetes aumentaba en 11 %, y en 14% si el individuo estaba sometido al ruido durante cinco años. La investigación se publicó en 2013 en la revista Environmental Health y sumó la diabetes a la larga lista de afectaciones a la salud humana causadas por el ruido. Incluso, la Organización Mundial de la Salud tiene un límite recomendado de 55 dB desde 1999.
El más reciente estudio del Instituto de Ciencias de la Universidad de Nanjing, China, se suma a la evidencia científica que relaciona la diabetes con la contaminación auditiva.
Desde 2013, este grupo de científicos probó que la exposición a 95 dB diarios influye negativamente en la producción de glucosa y crea resistencia a la insulina. Es decir, se asocia con un mayor riesgo de diabetes mellitus tipo 2 (DM2), la forma más común de este trastorno metabólico, que crea resistencia a la insulina, y que puede reducir la esperanza de vida hasta 10 años. Sin embargo, la relación entre ruido y diabetes no estaba clara.
Los científicos chinos expusieron a 64 ratones de laboratorio a una dieta alta en grasas, y a 85 dB de ruido, cuatro veces al día (un promedio bajo comparado con los 140 dB a los que están expuestos los controladores aéreos y obreros de construcción, entre otros). ¿La conclusión? El ruido no causó la diabetes, pero sí la exageró: empeoró la intolerancia a la glucosa de los ratones y creó una resistencia más violenta a la insulina. El ruido estimuló la acumulación de grasa y de ácido graso libre, lo que puede ser riesgoso para el taponamiento de arterias. Esta es la primera evidencia contundente de que el ruido acelera los efectos de la diabetes.
Ahora que cientos de estudios epidemiológicos han confirmado hasta el cansancio que el ruido excesivo afecta los ciclos de sueño, aumenta la probabilidad de sufrir de enfermedades cardiovasculares, de hipertensión, demencia, dispara las hormonas del estrés en niños y adultos (y para rematar causa sordera), ¿cómo hacer que las ciudades bajen sus decibeles? La respuesta podría estar en Boston y Nueva York, dos de las ciudades más ruidosas del planeta.
Erica Walker, una científica de la Universidad de Harvard, estudia cómo las personas son afectadas por el ruido, dice que “la gente simplemente tiene esta actitud general de que el ruido es solo una molestia. No tiene que ser así”. Walker se dio cuenta de que los niveles de dB de Boston eran mucho más altos que los recomendados por la OMS. Además, se percató de que las afectaciones son distintas dependiendo de la frecuencia con que los bostonianos estaban expuestos a un sonido. Qué tan impredecible era y de dónde provenía, son otras de las variables que tuvo en cuenta. De acuerdo con el portal Popular Science, otro patrón que Walker notó fue que las comunidades más pobres tendían a ser más ruidosas y tenían una mayor cantidad de sonidos de baja frecuencia que otras áreas. "Si te paras desde un autobús y pasa junto a ti, escuchas algo, pero también sientes que algo retumba en tu pecho", dice Walker. Este tipo de ruidos bajos puede ser engañoso porque no parecen muy ruidosos para nuestros oídos
Por eso creó una aplicación llamada NoiseScore, que las personas pueden usar para informar de ruidos en su comunidad y cómo los hicieron sentir.
El científico del sonido de la Universidad de Nueva York Juan Bello hizo algo similar. Según el portal Popular Science, el ruido es difícil de manejar porque, a diferencia de la contaminación del agua o del aire, no deja rastros en el medio ambiente. Cuando las personas se quejan del ruido de la construcción, la ciudad tarda días en enviar un inspector al sitio, cuando el ruido ya se detuvo. El científico venezolano y sus colegas pusieron sensores en Manhattan, Brooklyn y Queens que grababan fragmentos de 10 segundos para ver si las quejas coincidían con los picos de ruido. Casi el 95 % de las quejas coincidieron. Esto constituye por lo menos una prueba tangible que las autoridades pueden usar para sancionar los ruidos en la ciudad. Lentamente, y después de 50 años de evidencia científica y de expansión urbana, la presión por el derecho a la “paz y tranquilidad” aumenta.
La arquitecta Antonella Radicchi, por ejemplo, diseñó un mapa de “espacios silencioso” en Berlín y lo subió a una app llamada Hush City (que está categorizada en la tienda de Google apps bajo ‘salud’). Estas medidas son apenas para contener el fenómeno. “Las ciudades no están diseñadas para tener en cuenta el ruido que producen. Es hora de que eso cambie” concluye la arquitecta, en “Popular Science”.