La diabetes tipo 1 es una enfermedad crónica que forma parte de las ‘patologías autoinmunes’, en las que el sistema inmunitario ataca por error al propio organismo –en este caso, a las células beta de los islotes pancreáticos, responsables de la producción de insulina–.
La insulina es la hormona responsable de que las células capten la glucosa de la sangre para producir energía. En consecuencia, y dado que su organismo es incapaz de producir insulina, el torrente sanguíneo de los pacientes con diabetes tipo 1 porta un exceso de glucosa, lo que acaba provocando daños en múltiples órganos del cuerpo.
Esta enfermedad ocasiona que los afectados tengan una esperanza de vida media 12.2 años inferior que la población general.
Con el fin de retrasar la aparición de la enfermedad en personas con predisposición genética, se ha considerado que la clave podría estar en no exponerse a ‘cuerpos extraños’ que puedan provocar una ‘sobreexcitación’ del sistema inmune.
El estudio
En este caso específico, la clave consiste en evitar las proteínas complejas ‘extrañas’, como la que se encuentran en la leche de vaca.
El Estudio TRIGR –siglas en inglés de ‘Estudio para reducir la diabetes insulinodependiente en personas con riesgo genético’–, se llevó al cabo con la participación de 2,159 niños que presentaban un riesgo genético de desarrollar la enfermedad.
Los niños seleccionados tomaron leche de fórmula extensamente hidrolizada -las proteínas de la leche de vaca han sido procesadas- o una fórmula a base de leche de vaca hasta que cumplieron la edad de 6-8 años.
Al terminar el estudio, que tuvo una duración de 11.5 años, se llegó a la conclusión de que la incidencia de la enfermedad fue similar para ambos grupos.
Definitivamente, las proteínas contenidas en la leche de vaca no son responsables de que los niños que tienen una predisposición genética la desarrollen.