Así lo afirma un reciente estudio que abre las puertas a nuevas terapias.
Actualmente la obesidad afecta a unos 650 millones de personas en todo el mundo según cifras de la Organización Mundial de la Salud y se ha convertido en uno de los problemas más graves a nivel mundial. Entre sus efectos perjudiciales, aumenta el riesgo de desarrollar afecciones metabólicas, principalmente diabetes tipo II.
Si bien son muy conocidos los vínculos entre obesidad y diabetes tipo II, no ocurre lo mismo con los mecanismos celulares y moleculares que predispone a las personas obesas a esta enfermedad.
Ahora, un grupo de expertos de la Universidad de Ginebra, liderados por Roberto Coppari y Xavier Brenachot, han logrado desentrañar los factores que vinculan la obesidad y la resistencia a la insulina, así como el papel clave que desempeña el hígado en el inicio de la enfermedad.
En un artículo publicado en Nature Communications, los expertos señalan que la proteína PTPR-γ, que aumenta en el contexto de la obesidad, inhibe los receptores de insulina localizados en la superficie de las células hepáticas. Esto a su vez conduce a un aumento en las señales inflamatorias que tienen efectos en el hígado y en otros órganos. La inflamación inducida por la obesidad desencadena la activación de un factor de transcripción llamado NF-kβ, que parece ser instrumental en el desarrollo de la diabetes.
“Para comprender mejor este mecanismo – explica Coppari en un comunicado –, nos enfocamos en una proteína llamada PTPR-γ que es un objetivo de NF-kβ. Primero examinamos varios grupos humanos:. Estos estudios indicaron que el contenido de PTPR-γ en el hígado aumenta con la inflamación, un efecto que podría afectar directamente los receptores de insulina al inhibir la acción de la insulina”.
Para probar si esto era así, los científicos modificaron los niveles de expresión de PTPR-γ en ratones, ya sea suprimiendo, expresando normalmente o sobreexpresando los niveles, y observaron el efecto sobre la resistencia a la insulina.
“Los ratones que carecían completamente de PTPR-γ, cuando se les daba una dieta alta en calorías, desarrollaron obesidad – añade Brenachot –. Pero no mostraron ningún signo de resistencia a la insulina y parecían estar completamente protegidos de la diabetes inducida por la dieta”.
Para afinar su análisis, el equipo de Coppari y Brenachot reconstituyeron la expresión de PTPR-γ a niveles normales, pero solo en las células hepáticas. Entonces los ratones volvieron a ser propensos a la resistencia a la insulina, lo que indica el papel fundamental del hígado. Además, una sobreexpresión doble en el hígado (imitando la fisiopatología natural de la obesidad) fue suficiente para causar resistencia a la insulina.
“Esperemos que nuestros ensayos preclínicos – concluye Coppari – contribuyan a unas mejores estrategias para tratar una enfermedad como la diabetes de tipo II que actualmente afecta a 1 de cada 11 personas en el planeta, es decir, a más de 420 millones de personas”.