La resistencia a la insulina es la razón de la diabetes tipo 2. Aunque el páncreas la segregue, el organismo necesita más cantidad para procesar los azúcares, hasta tal punto que resulta insuficiente en las personas que desarrollan la enfermedad.
Lo que no está tan claro es por qué se produce esta resistencia. Sí se sabe que la obesidad, el tabaquismo y la falta de ejercicio aumentan la probabilidad de desarrollarla. El ADN tiene la clave, pues existe una predisposición genética.
Como explica Eduard Montanya, director del Centro de Investigación Biomédica en Red de Diabetes y Enfermedades Metabólicas Asociadas, las personas que tengan células beta totalmente competentes, aun en casos de sedentarismo y obesidad, no llegarán a sufrir nunca diabetes. Un estudio publicado en Cell Reports sugiere que el gen NAT2 puede estar detrás de la incapacidad de las células musculares y de grasa para procesar el azúcar.
Al silenciarlo en ratas se comprobó que sus funciones metabólicas quedaban desconfiguradas. Su estudio puede abrir otro campo para evitar la diabetes tipo 2. Pero como todavía no está clara cuál es la predisposición genética, y al ser los hábitos sanos recomendables para todas las personas, independientemente de esta enfermedad, el objetivo que busca la salud pública es que la población no caiga en las garras del sedentarismo y la obesidad.
En todo caso, la comida y la alimentación juegan un papel esencial. Por ejemplo, la proliferación de bebidas azucaradas ha disparado la incidencia de este mal. No necesariamente porque el azúcar tenga una relación directa, sino como causa indirecta, a través de la ganancia de peso asociada. El ejercicio no solo es recomendable porque ayude a controlar el peso, sino porque mejora la absorción de azúcar y previene este mal crónico.
Para los que lo sufren, también resulta muy beneficioso, ya que incrementa la sensibilidad a la insulina. Unas nuevas directrices de la Asociación Estadounidense de Diabetes recomiendan que, más allá del ejercicio regular, quienes padezcan la dolencia realicen una actividad ligera cada treinta minutos durante los periodos prolongados en que estén sentados. Se trata de caminar y estirarse para mejorar la gestión de la glucosa en sangre. Con tres minutos es suficiente. Para ellos, controlar la ingesta de azúcar sí es crucial, ya que necesitan disponer de una cantidad de insulina para procesarla que no pueden producir.
Según el doctor Montanya, tampoco es necesario restringir la glucosa a cero. Hay que moderarla mucho, eso sí, y controlar cuándo se toma, ya que los mecanismos del cuerpo no son iguales, por ejemplo, en ayunas y después de comer. Así, una entrada de azúcar con el estómago vacío puede afectar mucho a un diabético, pero no tanto si esta cantidad se produce después de las comidas. Los edulcorantes artificiales son la alternativa para ellos, por ejemplo, en un café, pero Montanya considera que se puede hacer una toma social de productos dulces muy moderada y en momentos adecuados.