Las personas con una mayor participación social y unas redes sociales más amplias tienen menor riesgo de pre-diabetes y diabetes. Sentirse solo aumenta el riesgo de desarrollo de la enfermedad de Alzheimer.
La diabetes tipo 2 es una enfermedad causada por la incapacidad del organismo de producir cantidades suficientes de insulina o de utilizar esta hormona de una forma ‘adecuada’, lo que provoca que la sangre porte un exceso de glucosa que, a la larga, acaba dañando múltiples órganos de todo el cuerpo.
Una enfermedad que padecen cerca de 400 millones de personas en todo el mundo y cuyo desarrollo, tal y como han demostrado infinidad de estudios, se encuentra directamente asociado a la obesidad. De ahí que la prevalencia de la diabetes no parece de crecer y que, con aras de evitar su aparición, debamos adoptar un estilo de vida saludable, básicamente seguir una dieta sana y hacer ejercicio.
Sin embargo, es posible que nuestros amigos y conocidos, o lo que es lo mismo, nuestras ‘redes sociales’ –personales, que no tanto digitales–, también tengan mucho que ver.
Y es que como muestra un nuevo estudio llevado a cabo por investigadores del Centro Médico de la Universidad de Maastricht (Países Bajos), el aislamiento social aumenta, y mucho, el riesgo de acabar padeciendo esta enfermedad –sobre todo en el caso de los varones.
Como explica Stephanie Brinkhues, directora de esta investigación publicada en la revista «BMC Public Health», «nuestro trabajo es el primero en establecer una asociación entre un amplio rango de características de las redes sociales –caso del apoyo social, del tamaño de la red o del tipo de relaciones– y los distintos estadios de la diabetes. Además, nuestros resultados corroboran la idea de que acabar con el aislamiento social podría ayudar a prevenir el desarrollo de la diabetes tipo 2».
¿El huevo o la gallina?
Para llevar a cabo el estudio, los autores analizaron las redes sociales personales y los historiales médicos de 2.861 adultos participantes en el Estudio de Maastricht, un trabajo observacional diseñada para seguir la evolución de la población con edades entre los 40 y los 75 residente en el sur de Países Bajos.
Y lo que vieron es que, del total de participantes, 1.623 tenían un metabolismo de la glucosa totalmente normal, 430 presentaban pre-diabetes –condición definida por unos niveles sanguíneos elevados de glucosa, si bien no lo suficientemente altos como para desarrollar diabetes–, 111 acababan ser diagnosticados de diabetes tipo 2 y 697 tenían una diabetes tipo 2 de larga evolución.
Y que los niveles de glucosa fueran o no patológicos, ¿tuvo algo que ver con que las redes personales fueran mayores o menores? Pues sí. De hecho, los resultados mostraron que la participación en grupos sociales tuvo un efecto protector frente a la diabetes, hasta el punto de que no tomar parte en estos grupos conllevó una probabilidad un 60% mayor de pre-diabetes y hasta un 112% superior de diabetes tipo 2 en mujeres. Un incremento del riesgo de enfermedad que en el caso de los varones se estableció en el 42%.
La población en alto riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 debería ampliar sus redes sociales y ser alentada para que haga nuevos amigos.
Es más; todas y cada una de las amistades cuentan. Partiendo de una red social compuesta por 10 personas, la pérdida de un miembro parece elevar en un 5-12% el riesgo de diabetes. Y asimismo, la ‘pérdida’ de una amistad –lo que equivaldría a una reducción de un 10% en el tamaño de esta red– que viva a una distancia que se puede cubrir caminado se asoció con un incremento de un 9-21% del riesgo de enfermedad en las mujeres. Sea como fuere, las personas con un mayor riesgo de diabetes son los varones que viven solos –hasta un 94% mayor.
En este contexto, sin embargo, es posible que la aparición de la diabetes tipo 2 no haya sido alentada por la falta de amistades, sino que sea la propia enfermedad la responsable de que no se tengan tantos amigos. Como refieren los autores, «los cambios iniciales en el metabolismo de la glucosa pueden provocar complicaciones no específicas como serían el cansancio y el malestar general, lo que explicaría que los individuos limitaran su participación social. El diseño observacional de nuestro trabajo no nos permite revertir esta causalidad ni sacar conclusiones del tipo ‘causa y efecto’».
Un tesoro y menos diabetes
En definitiva, parece que el refrán ‘quien tiene un amigo, tiene un tesoro’ podría completarse con un ‘… y un menor riesgo de diabetes’. Así que para protegerse frente a la enfermedad, la solución parece sencilla –aunque igual no resulte fácil–: hay que hacer amigos.
Como concluye Miranda Schram, co-autora de la investigación, «la población en alto riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 debería ampliar sus redes sociales y ser alentada para que haga nuevos amigos.
Y asimismo, a que formen parte de un ‘club’, como sería un grupo de discusión, una organización de voluntarios o un club deportivo.
Además, y dado que los varones que viven solos parecen tener el mayor riesgo de acabar padeciendo la enfermedad, deberían ser reconocidos por los médicos como un grupo de alto riesgo. Y de la misma manera, el tamaño de la red social y la participación en actividades sociales podrían ser utilizadas como indicadores del riesgo de diabetes».