Algunas personas tienen una mayor predisposición a convertir las grasas en ceramidas, lo que provoca que desarrollen resistencia a la insulina.
A día de hoy conviven en todo el mundo cerca de 380 millones de personas con diabetes tipo 2, enfermedad cuya aparición viene condicionada en gran medida por los hábitos de vida. No en vano, los principales factores de riesgo para el desarrollo de la diabetes tipo 2 son, además del tabaquismo, la falta de ejercicio y seguir una alimentación inadecuada. O lo que es lo mismo, la obesidad.
Tal es así que, dado que la prevalencia global de obesidad no para de crecer, se espera que la cifra de pacientes con diabetes tipo 2 se duplique en solo dos décadas. Sin embargo, hay personas obesas que se mantienen ‘aparentemente’ saludables y no llegan a desarrollar la enfermedad. Y asimismo, personas que aun delgadas la acaban padeciendo.
Y esto, ¿cómo se explica? Pues según un estudio llevado a cabo por investigadores de la Escuela de Salud de la Universidad de Utah en Salt Lake City (EE.UU.), porque quizás el peso corporal no sea tan importante como la acumulación de un tipo de metabolitos tóxicos de origen lipídico denominados ‘ceramidas’.
Como explica Scott Summers, co-autor de esta investigación publicada en la revista «Cell Metabolism», «las ceramidas influyen en la forma en la que el organismo maneja los nutrientes. Y es que las ceramidas dañan la manera en que el cuerpo responde a la insulina y cómo quema las calorías».
Culpable identificado
En caso de sobrealimentación, el cuerpo produce un exceso de ácidos grasos que pueden ser almacenados en forma de triglicéridos o quemados para producir energía. Sin embargo, en algunas personas estos ácidos grasos acaban convirtiéndose en otro tipo de lípidos o grasas: las ceramidas. Y llegados a este punto, ¿qué hacen exactamente estas ceramidas? Pues hasta ahora no estaba demasiado claro. Pero como muestra el nuevo estudio, su acumulación provoca que el tejido adiposo no funcione adecuadamente, con lo que las grasas acaban ‘desparramándose’ por los vasos sanguíneos, dañando el corazón y otros tejidos.
Además, los autores colmaron de ceramidas tanto cultivos de adipocitos humanos como modelos animales –ratones–, convirtiéndoles en no respondedores a la insulina y causándoles daños en su capacidad para quemar las calorías. En resultado es que los ratones tuvieron una susceptibilidad mucho mayor de desarrollar diabetes y esteatosis hepática no alcohólica –esto es, el consabido ‘hígado graso’.
Los niveles elevados de ceramidas podrían aumentar el riesgo de diabetes, mientras que los bajos podrían proteger frente a la enfermedad.
Es más; los resultados también mostraron que los animales con niveles más bajos de ceramidas en sus tejidos adiposos tenían una mayor protección frente a la insulinorresitencia, esto es, el primer signo de la diabetes. En definitiva, destacan los autores, «nuestros hallazgos indican que los niveles elevados de ceramidas podrían incrementar el riesgo de diabetes, mientras que los niveles bajos podrían proteger frente al desarrollo de la enfermedad».
No es una cuestión de peso
Y además de en los cultivos celulares en el laboratorio y los modelos animales, ¿este efecto negativo de las ceramidas también tiene lugar en los humanos? Pues parece que sí. Y es que como recuerdan los autores, los niveles de ceramidas predicen en mayor medida el riesgo de diabetes tipo 2 que la obesidad en los pacientes de Singapur que se han sometido a cirugía bariátrica. No en vano, y si bien todos los pacientes intervenidos eran obesos, aquellos que no habían desarrollado la diabetes tipo 2 presentaban unos niveles inferiores de ceramidas que aquellos en los que se había diagnosticado la enfermedad.
Como apunta Bhagirath Chaurasia, director de la investigación, «esto podría indicar que algunas personas son más propensas que otras a convertir las calorías en ceramidas. Así, los resultados sugieren que algunas personas delgadas desarrollarán diabetes o hígado graso en caso de que ocurra algo que, como sería su genética, provoque la acumulación de ceramidas».
De hecho, hay muchos países de Asia que si bien tienen una tasa significativamente menor de obesidad que Estados Unidos, tienen a su vez una prevalencia mucho mayor de diabetes tipo 2. Como indica Scott Summers, «alguna gente no está hecha para lidiar con la grasa diaria. No se trata solo de cuánto se coma, porque alguna gente puede comer mucho y almacenar las grasas de una forma efectiva, por lo que se mantienen sanas».
En definitiva, y dado que su acumulación aumenta la predisposición de una persona, ya sea delgada u obesa, a desarrollar diabetes tipo 2, las ceramidas pueden ser una diana terapéutica para evitar la enfermedad. Como concluye Bhagirath Chaurasia, «al bloquear la producción de ceramidas podríamos ser capaces de prevenir el desarrollo de la diabetes tipo 2 o de otras enfermedades metabólicas. O al menos así sería en algunas personas».