No se ve y apenas se percibe en el paladar. No somos conscientes de su consumo, pero es una bomba de relojería en nuestro organismo, pues su ingesta diaria crea adicción y, lo que es peor, mina la salud.
¿Adivina qué es? Como si de un enrevesado acertijo se tratara, resulta difícil caer en la cuenta de que el azúcar oculto en los alimentos procesados es un ingrediente omnipresente en la dieta diaria que contribuye a propagar las epidemias de la obesidad y de la diabetes en nuestro país.
No en vano, España es uno de los países de Europa con mayor porcentaje de pacientes obesos (21%) y diabéticos (14%), tal y como revela el Estudio Nutricional de la Población Española.
«A ello se suma que alrededor de la mitad de estos pacientes diabéticos desconoce que tiene esta enfermedad, lo que significa que no cuidan especialmente su dieta y que en muchos casos toman más azúcares de los que su cuerpo es capaz de metabolizar, lo que agrava y dificulta el control de la patología», puntualiza Ricardo Gómez Huelgas, vicepresidente primero de la Sociedad Española de Medicina Interna, SEMI, y ex-coordinador del Grupo de Diabetes y Obesidad de la sociedad.
Los datos son contundentes: al cabo del día consumimos la friolera de 94 gramos de azúcares añadidos, lo que significa el doble de la cantidad recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y cuatro veces más de la cantidad considerada como ideal para el organismo, según la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU).
«Las últimas recomendaciones de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, SENC, aconsejan un consumo de azúcares que suponga menos de un diez por ciento de la ingesta calórica total. La OMS comparte esta recomendación y añade que un consumo menor al cinco por ciento produciría beneficios adicionales para la salud.
Así, una persona que tenga un consumo de 2.000 Kcal al día, no debería superar nunca los 50 gramos de este tipo de azúcares y en la medida de lo posible debería consumir menos de 25 gramos al día, es decir, menos de seis terrones diarios», detalla Virginia Santesteban, dietista de la Clínica Universidad de Navarra y técnico del Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición, Ciberobn.
¿Dónde se esconde?
Aunque sólo echemos un terrón de azúcar al café, evitemos consumir chucherías o pasteles y optemos por productos aparentemente saludables como un yogur desnatado o una barrita de cereales, la suma de azúcares añadidos que tomamos al cabo del día se dispara sin apenas darnos cuenta. «Más allá de los dulces, hay otros alimentos, como los productos manufacturados, que contienen una cantidad nada despreciable de azúcar libre, es decir, aquellos que incluyen los monosacáridos y los disacáridos añadidos a los alimentos por los fabricantes para mejorar la conservación, y que el cuerpo no siempre quema, por lo que lo metaboliza en forma de grasa», asegura María José Tapia, endocrina del Hospital Universitario de Málaga y miembro del Área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, SEEN.
Pero, ¿dónde se esconden esos azúcares? Pues en alimentos que, a priori, no tienen por qué ser dulces, «como las galletas saladas, los cereales de desayuno, los lácteos, las salsas como el tomate frito o el kétchup, algunos panes de molde y en general todos los platos precocinados, como pizzas, lasañas, etc.», enumera Virginia Gómez, dietista-nutricionista colaboradora del proyecto SinAzucar.org, una plataforma creada por el fotógrafo Antonio Rodríguez que pretende visualizar el azúcar oculto que hay en muchos de los alimentos procesados que consumimos a diario.
La ingesta de 25 gramos al día de azúcar como máximo es difícil de calcular, ya que deberíamos ir sumando los gramos que tomamos al cabo del día y que aparecen en el etiquetado de los productos, algo que la mayor parte de los consumidores obvia. «Pero basta con hacer un ejercicio muy simple para darse cuenta de que sobrepasamos con creces las cantidades recomendadas, pues los refrescos azucarados y las bebidas energéticas (que en muchos casos tienen una apariencia saludables porque están pensadas para deportistas) ya duplican por sí solos el consumo de azúcar aconsejado para todo el día», destaca Gómez Huelgas. Si a eso añadimos un zumo, un yogur o dos cucharadas de kétchup, parece evidente que la cuenta se dispara.
Peligro para la salud
El consumo excesivo de azúcar está directamente relacionado con la ganancia de peso y, con ello, el mayor riesgo de padecer obesidad. «Además, estos alimentos con azúcares añadidos suelen ser muy pobres nutricionalmente, en cuanto a aporte de otras vitaminas o minerales, por lo que un consumo excesivo puede provocar también malnutrición. Sin olvidar que tiene una relación directa con el aumento del riesgo cardiovascular y con la resistencia a la insulina, lo que multiplica las posibilidades de padecer diabetes mellitus tipo 2», asegura la dietista de la Clínica Universidad de Navarra.
En este sentido, son precisamente los pacientes con diabetes los que ponen más en riesgo su salud al caer en la trampa del azúcar oculto de los alimentos, «pues un mal control glucémico facilita la aparición de infecciones e inflamaciones a nivel oral, contribuye a la aceleración de la enfermedad cardiovascular al producir sustancias inflamatorias que aligeran el envejecimiento de las arterias y puede derivar en trastornos en la visión y en insuficiencia renal», asegura el vicepresidente primero de la SEMI.
Esas consecuencias resultan aún más alarmantes cuando hablamos de menores, ya que gran parte de los productos más demandados por los niños están cargados de azúcar oculto. «Las repercusiones sanitarias son nefastas, pues en España casi la mitad de los niños ya tienen sobrepeso, e incluso aquellos genéticamente delgados también tienen un mal pronóstico», afirma Gómez, que añade que «cuando les acostumbramos a sabores dulces desde recién nacidos, con ejemplos como las “galletas para bebés” o los lácteos denominados “mi primer yogur”, que ya contienen azúcar, luego resulta muy difícil volver atrás. De hecho, acostumbrarles a sabores tan intensos hace que luego rechacen otros más neutros, como los de las frutas o las verduras, pues tienen distorsionado el sentido del gusto».
Por todo ello, los expertos coinciden en afirmar que para no caer en el cebo del azúcar oculto, resulta fundamental seguir la premisa de «apostar por la dieta mediterránea, dando prioridad a las frutas y verduras de temporada, a los zumos naturales y a la cocina casera frente a los alimentos ya envasados. No pasa nada por tomar un refresco el fin de semana, el problema es convertirlo en costumbre», aconseja Tapia. Esa receta es la mejor manera de endulzar con calidad la salud de nuestro organismo.
Aprender a leer el etiquetado, clave para descubrir dónde se camufla
Si hay algo en lo que coinciden todos los expertos es en la necesidad de mejorar la educación nutricional de los españoles, y eso pasa porque aprendan a distinguir en qué alimentos se esconden los azúcares añadidos que resultan tan perjudiciales para la salud si se consumen en exceso.
Para lograrlo, basta con aprender a mirar el etiquetado de los productos, ya que los fabricantes están obligados a especificar la cantidad de azúcar. «Debemos fijarnos en el apartado de hidratos de carbono y dentro de éste, en la parte que dice “de los cuales, azúcares”.
Esa cifra es la que marca los gramos ingeridos en cada alimento», puntualizan desde la SEEN. Para OCU es necesario que lograr la reducción de la presencia de sal, grasas y azúcares en los productos, con medidas que hagan obligatoria una disminución de al menos el 10% de azúcares añadidos en los productos procesados, sin que ésta venga acompañada de una sustitución por edulcorantes.