Esto es de traca.
La fiesta de pijamas acabó como el rosario de la aurora. Anoche me llamó Celia a las 12. Tenía 345. Le dije que corrigiera con rápida y que me llamase otra vez a las dos, para asegurarnos una buena glucemia antes de acostarse. A las 2 tenía 60. Bien, nos hemos pasado con la corrección, así que tómate una taza de leche con dos cucharadas de azúcar y tres galletas. Me dio palo llamarla más tarde, porque no son horas.
Total, que esta mañana me llamó Natalia, su amiga, que fuésemos rápido, que Celia estaba mal. La madre de Natalia, un encanto de persona, me preguntó qué hacer, que Celia estaba convulsionando. Le dije que llamase al 112 y que salíamos disparados a su casa.
A todo esto, Natalia no vive en Llanes, sino en un pueblo a 15 kms.
Cogí el glucagón y salimos como cohetes (dentro de lo que cabe, porque la carretera estaba llena de domingueros contemplando el paisaje). Vicente conduciendo y acordándose de los antepasados de los domingueros, de la diabetes y de la madre que la parió, y yo por el móvil hablando con la madre de Natalia, que, según indicaciones telefónicas del médico, le había untado el interior de la boca a Celia con azúcar.
Total, que llegamos antes que la ambulancia, pese a la caravana (ya les vale) y le pusimos el glucagón. Cuando llegó la ambulancia, el médico sólo confirmó que ya estaba remontando.
Al final nos quedamos a comer, porque Celia estaba fatal, con vómitos (siempre le pasa con el glucagón) y la madre de Natalia insistió en que esperásemos a que se encontrase mejor. Familia encantadora que trató a Celia de cine, y que se desesperaba culpándose porque no la obligó a desayunar.
En fin, que lo de la "vida normal", de momento, va a ser que no. Ya les he dicho a las amigas de Celia que, cuando quieran dormir juntas, tendrá que ser en mi casa, porque va a tardar mucho en volver a dormir fuera. Las pobres tenían un acojone de los gordos.
En fin, que yo me prometía un domingo tranquilo y esto es lo que salió.
Saludinos